«Mi nombre es Ana Santos, estoy casada, tengo dos niñas de once y siete años, Ana y Blanca.
Se podría decir que Dios, que Jesús, ha estado presente siempre en mi vida, o al menos eso creía. Tuve la suerte de acudir a un colegio donde la educación religiosa era importante, y en los primeros años de vida adquirí un bagaje espiritual importante. Si es verdad que la vida y las circunstancias te van alejando y esa llamita, que al principio era una llama poderosa, empieza a debilitarse.
Me casé por la Iglesia, por supuesto y hemos vivido un matrimonio, sobre todo al inicio, muy rico, religiosamente hablando. Si es verdad que hemos pasado por una época mala, la crisis nos dio muy duro y de muchas de esas cosas nos dimos cuenta que íbamos dejando a Dios cada vez más relegado de nuestra casa, al final estaba en un cuarto trastero y fuimos llenándola de otras cosas, de modo que cuando los tiempos vinieron mal, atravesamos un gran desierto, ahora me he dado cuenta que nos sentimos muy solos o al menos me sentí muy sola cuando no tenía nada a lo qué agarrarme.
Hace casi ya dos años tuve un encuentro muy bonito, un reseteo, que era lo que iba buscando, cuando yo veía la fe que tenían mis hijas y echaba mucho de menos eso, porque ya no quedaba casi nada de eso en mi vida, me encontré con él, fue un encuentro maravilloso porque descubrí a un Dios cercano, a un Dios que me acompaña, que va conmigo día a día, entendí muchas cosas, me montaron las piezas de un puzzle que estaba desarmado y comprendí que él nunca había dejado de estar conmigo yo sentía vergüenza de alguna manera por haberme alejado de él y no me atrevía, no sabía como volver.
Mis hijas, como digo, fueron mi gran inspiración, veía esa fe que tenían ellas, natural, sencilla, espontánea de tenerle presente en sus vidas como nos tenían a nosotros, sus padres o compañeros o profesores del colegio.
Tuve la suerte de acudir un fin de semana maravilloso y de allí volví con una alegría que creo que no he perdido, una ilusión de saber que no voy a estar sola, que nunca estuve sola, me di cuenta que ese desierto, esos malos días que atravesamos, esa mala época nunca estuvimos solos, siempre estuvo con nosotros.
Lo que me hace ahora el día a día es es esta sensación de paz y felicidad y que todos los que estén a mi alrededor puedan ser partícipes de este mismo sentimiento que yo tengo ahora».