Lectura del santo evangelio según San Marcos (8, 34 – 9, 1)
Y llamando a la gente y a sus discípulos les dijo: «El que quiera venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Porque, quien quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mí y por el Evangelio, la salvará. Pues ¿de qué le sirve a un hombre ganar el mundo entero y perder su alma? ¿O qué podrá dar uno para recobrarla? Quien se avergüence de mí y de mis palabras en esta generación adúltera y pecadora, también el Hijo del hombre se avergonzará de él cuando venga con la gloria de su Padre entre sus santos ángeles».
Y añadió: «En verdad os digo que algunos de los aquí presentes no morirán sin haber visto llegar el reino de Dios en toda su potencia».
Comentario
¿De qué sirve ganar el mundo y perder el alma?
A la pregunta del Evangelio de ayer le sucede ahora el fundamento del seguimiento a Cristo expresado con una rotunda claridad deslumbrante: ciertamente son palabras cegadoras, porque iluminan la existencia con un fulgor que no se apaga desde hace dos mil años. La cruz, el sacrificio, perder la propia vida como norma de conducta del cristiano. La enseñanza de Jesús insiste en vivir para dentro, en la esencia de criaturas de Dios que dan gloria a su Creador, en vez de vivir hacia fuera, volcados en lo creado. ¿De qué sirve ganar el mundo entero y perder el alma? De qué sirve colmar la existencia de futilidades mientras dentro crece un vacío insondable. Quienes lo han vivido, lo saben.