El pasado verano hemos tenido la gran suerte de poder hacer por segunda vez el Camino de Santiago. Hay muchos caminos tantos como itinerarios, peregrinos y momento en que se hace. Lo especial del nuestro es la compañía: camino en familia y con nuestra parroquia. Ambas cosas lo hacen verdaderamente especial.
Hacer el Camino con nuestras cuatro hijas nos ha permitido compartir en familia muchos momentos, experiencias y vivencias. Y supone una riqueza que ya llevamos en la mochila de la vida y de la que seguro que nos iremos alimentando.
Hacerlo con nuestra parroquia, es un plus. Cuando además este año, y de manera extraordinaria, hemos podido hacerlo con nuestro párroco y con quien (desde primeros de septiembre) es nuestro nuevo vicario parroquial. ¡Un lujo! Si además le añadimos el acompañamiento de dos seminaristas ligados a la parroquia… ¡un súper lujo!
Con todos estos ingredientes, al peregrino le queda poco más que ponerse los zapatos cada día, y echarse a andar… Pero, ¡cuidado!, la preparación también es importante.
Mochila, vaselina y tiritas
¿Has metido en tu mochila todo lo que vas a necesitar para el camino? Y aquí empezamos la comparación del Camino con el caminar de cada día de nuestra vida. ¿Qué llevo yo en mi mochila? ¿Llevo cargas pesadas que me hacen difícil andar (resentimientos, falta de perdón, llamadas y encuentros pendientes, enfados, …)? ¿O voy ligera de equipaje, con lo imprescindible para disfrutar?
¿Te has puesto la vaselina? Vaselina en los pies, para que no haya roces que provoquen ampollas. La vaselina de la oración que me ayuda a afrontar cada día tomando lo bueno que Dios me da (¡tantas cosas cada día!), a abrir los ojos para descubrir y disfrutar del paisaje (el paisaje del camino, y el paisaje de las personas con las que me cruzo y me “encuentro” cada día, el paisaje de las oportunidades que surgen a mi alrededor). La vaselina del amor, que hace todo más suave, que nos lleva a “mirar” a los demás de otra manera.
¿Tiritas, por si sale la ampolla? Ampolla de la mala cara que he puesto a esa persona, de la mala contestación que me ha salido, del poco amor que he puesto en hacer mi trabajo, … Y entonces, pongo la tirita: soy consciente del mal que he hecho, pido perdón a la persona y pido perdón a Dios.
Desayuno de avisos, autobús para los cansados y el sello que identifica
Durante el desayuno se dan los avisos. Explicación de cómo va a ser la etapa. En la vida son nuestros padres y educadores, así como amigos verdaderos, quienes muchas veces nos van mostrando el camino y nos preparan para que lo hagamos de la mejor manera posible.
También en el desayuno se nos dice en qué punto intermedio de la ruta estará el autobús, por si alguien está cansado. ¡Cuántos “autobuses” que nos recogen para aliviar el cansancio encontramos en nuestra vida! Personas que Dios nos pone por delante para ayudarnos a llevar nuestras cargas, para compartir, poner luz… Los Centros de Orientación Familiar diocesanos de Sevilla, por ejemplo, son un autobús estupendo.
Nos montamos en el autobús que nos lleva al punto de inicio de la jornada. Y allí comenzamos el día con una oración: nos unimos a la Iglesia universal con el rezo de laudes. Y se nos reparte una reflexión que nos propone ofrecer la etapa por una intención especial. Vamos poniendo nuestro día en manos del Señor.
Empezamos a andar después del primer sello en la cartilla del peregrino. – ¿Sello, qué sello? – El que acredita que has comenzado la jornada en el punto de inicio. – ¡Ah! Yo inicié mi camino de la vida con el sello del Bautismo; y procuro empezar cada día con la señal de la cruz: eso me recuerda que soy hija de Dios, y en sus manos pongo mi jornada. Una cruz es también la que llevamos al cuello todos los peregrinos del grupo; regalo de uno de los seminaristas, hechas con mucho cariño por unas monjas de Perú. Nos identifica, y llama la atención de muchas personas. Algunas de ellas nos felicitan por “llevar este signo del cristiano por los caminos de Europa” …
Cada uno, su ritmo
Al poco de echar a andar, el grupo se va dispersando: cada cual lleva su ritmo. Y a lo largo de la etapa adelantas a unos, otros te adelantan a ti, vas en el grupo de cabeza, o en la retaguardia. Personas de tu grupo de la parroquia, de la familia que vemos cada día caminando juntos, los amigos que van con un perro, personas de aquel otro grupo con gente de toda España y que también van en autobús, aquel que vemos hoy por primera vez y va solo (¿necesitará algo?) …
Personas compañeras de tu viaje de la vida; unas elegidas por ti, otras que te han tocado en suerte, otras que nunca volverás a ver. ¿Qué actitud tengo con ellas? ¿Acompaño? ¿Escucho? ¿Hablo? ¡Qué sorpresas nos da el camino, que pone durante unos metros a una persona junto a nosotros que nos puede aportar tanto! ¡O a quien nosotros podemos ayudar tanto! Tener los ojos abiertos…
Las doce. Hora del Ángelus. Los que vamos caminando cerca unos de otros, nos agrupamos para rezar juntos el Ángelus y el rosario. Sabiendo que todo el grupo de la parroquia lo está haciendo a la vez (unos más adelante, otros más atrás): Iglesia que reza unida. Se ofrece cada misterio por una intención. Gracioso escuchar algunas ocurrencias de los niños. Curioso constatar la de veces que se pide por las vocaciones sacerdotales y a la vida consagrada, y por la fidelidad y entrega de los sacerdotes.
El servicio en el camino también tiene un lugar importante
Cada día hay unos responsables de encabezar el grupo (aquí los jóvenes siempre estaban dispuestos), y otros de cerrar el grupo para asegurarse de que nadie “se nos perdía” por el camino, o por si había algún contratiempo. En la vida, hay momentos en que toca ponerse en cabeza, y ser uno quien tome la iniciativa y empuje. En otros momentos, habremos de saber asumir el papel de acompañar a quien lleva otro ritmo, aunque para ello tengamos que hacer el esfuerzo de bajar el nuestro: como cuando en un matrimonio uno debe acompasarse al otro, o cuando los padres “pierden” el tiempo jugando y descubriendo el mundo con sus hijos, o cuando toca aceptar que nuestros padres mayores dependen ahora de nosotros y el mejor plan para ellos es pasar una tarde sentados juntos.
También es servicio en el camino el que hacen los sacerdotes y seminaristas. Se van acercando a unos y otros para preguntar cómo están y propiciar un rato de charla, que a veces se convierte en una conversación profunda y deja el corazón alegre y ligero. Ahí estábamos las madres también haciendo nuestra labor: -anda, acércate a mi hijo y pregúntale, a ver si se abre y te cuenta, que anda más perdido últimamente… En algunos momentos los sacerdotes se separaban del grupo con alguien, y se colocaban la estola morada: ¡ahí, confesando en el camino!
Y es que Dios nos sale al encuentro en nuestra vida continuamente; solamente tenemos que hacerle sitio.
Paisaje para disfrutar del camino
El paisaje de Galicia invita a disfrutar del camino. Campos de cultivo, pequeñas huertas, esforzados labradores, ganado, zonas umbrías y frescas, árboles, riachuelos, ríos, aldeas, pueblos, flores, vistas espectaculares, pasos estrechos… Como la vida, en la que nos encontramos y pasamos por muy diversos momentos. Y en la que nuestra actitud ante todo ello nos permite disfrutar, o no, de lo que tenemos delante.
Encuentras pequeñas iglesias en el camino a las que puedes entrar y saludar al Señor, así como admirar su arquitectura. Cuántas “iglesias” encontramos en nuestra vida que nos invitan a un momento de recogimiento y oración (dedicar tiempo a nuestra vida espiritual: con retiros, en movimientos, lectura de libros que nos ayuden, cada día un rato de oración, tiempo ante el Sagrario…).
Una vez llegados al punto final de la etapa, es la hora de comer. Reponer fuerzas, compartir y comentar lo vivido. Disfrutar de una buena comida, en buena compañía. Sí, también debemos reservar tiempos para celebrar, para reunirnos en familia y con amigos. Para apreciar lo bueno que ofrece cada lugar y momento.
Celebrar y aceptar los contratiempos
Hay que saber celebrar la vida y disfrutar de todo lo bueno que nos da el Señor.
Algunos de tus compañeros de peregrinación no han podido hacer la etapa entera. Entre éstos, los adultos se hacen cargo de algunos niños que se han montado en el autobús. Otra forma de hacer el camino: sabiendo aceptar las limitaciones o contratiempos, poner buena cara, e incluso encontrar la manera de prestar un servicio en esas circunstancias.
Ellos están en el punto de encuentro, al final de la etapa, esperando la llegada de los que siguen caminando, rezando para que todo vaya bien.
También en nuestra vida tenemos que decir adiós a muchas personas que nos han acompañado durante un trecho del camino. Pero es un hasta luego, porque tenemos la Esperanza de que nos reuniremos al final de los tiempos. Y seguimos sintiendo su apoyo y aliento, que supera las fronteras de tiempo y espacio.
Sintiéndonos Iglesia, Parroquia, Familia
Terminada la comida, cansados pero contentos, vamos de vuelta al hotel. Tiempo para ducharse, cambiar la ropa del camino por otra más fresca y limpia, descansar. Descansar. En nuestra vida también tenemos que buscar los tiempos de descanso.
Y darnos una ducha y vestirnos de limpio con la Confesión, que nos devuelve un corazón alegre y contento, y donde nos encontramos con la Misericordia del Padre.
Por la tarde, el grupo se vuelve a reunir en la celebración de la Eucaristía. ¡Qué mejor manera de ir terminando el día! En torno a tu mesa, Señor… Dando gracias por tanto bueno recibido, pidiendo por tantas intenciones que nos encomiendan. Sintiéndonos Iglesia, Parroquia, Familia.
Entramos en Santiago todo el grupo junto. Los últimos metros íbamos “formando lío” (como pide el Papa), cantando a voz en grito, llamando la atención de quienes allí estaban. Tanto, que alguno llegó a decir: son cristianos. Sin complejos. Con alegría. Compartiendo nuestro entusiasmo. Así debería ser también en nuestra vida; que la gente, por nuestras obras, diga: es cristiano.
Y que no tengamos miedo.
El día de vuelta a Sevilla, tuvimos la celebración de la Eucaristía por la mañana.
En el altar, como ofrenda, estaban las Compostelanas, que los sacerdotes nos fueron dando familia por familia. Peregrino, has hecho el Camino, y aquí tienes el título que lo acredita. ¡Pido al Señor y a la Santísima Virgen que me ayuden a llegar a mi final, y encontrarme con Él dándome el título que me abra las puertas del Cielo! Que pueda decir con San Pablo: “he combatido bien mi combate, he corrido hasta la meta, he mantenido la fe.”
Gracias, Dios mío, por este Camino. Gracias por la vida.