Lunes de la 6ª semana de Pascua (A)

Lectura del santo evangelio según San Juan (15, 26 – 16, 4a)

«Cuando venga el Paráclito, que os enviaré desde el Padre, el Espíritu de la verdad, que procede del Padre, él dará testimonio de mí; y también vosotros daréis testimonio, porque desde el principio estáis conmigo.

Os he hablado de esto, para que no os escandalicéis. Os excomulgarán de la sinagoga; más aún, llegará incluso una hora cuando el que os dé muerte pensará que da culto a Dios. Y esto lo harán porque no han conocido ni al Padre ni a mí.

Os he hablado de esto para que, cuando llegue la hora, os acordéis de que yo os lo había dicho».

Comentario

El dará testimonio de mí

Un anuncio tan fundamental y decisivo en la historia de la Humanidad como es la salvación del alma tropieza con la indiferencia cuando no abierta hostilidad como aquí se refiere: excomunión y martirio. ¿No es una contradicción? ¿No es misterioso también? Dios omnipotente se sujeta a la libertad del hombre para acoger su mensaje salvífico. Y es el Paráclito, el Espíritu Santo, el encargado de dar testimonio de la comunión trinitaria que el reino de Dios anuncia en la tierra. El testimonio que los discípulos -los de entonces y nosotros, ahora- puedan dar de ese amor entre Padre, Hijo y Espíritu Santo sólo está movido por el Paráclito. Jesús está prometiendo que el Espíritu será el que aliente la misión de la Iglesia y esto ha sido así desde Pentecostés sin interrupción. El martirio o las penalidades que la tarea misional ha venido padeciendo desde la lapidación de Esteban en Jerusalén no son sino hitos que acrecientan el valor del impulso misionero cuya vocación despierta el Espíritu Santo. Es su testimonio -el de la comunión trinitaria- el que llevamos como un tesoro en vasijas de barro. 

 

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