La fiesta del Corpus Christi, como una prolongación del misterio que nace el Jueves Santo en un ambiente festivo tras la Pascua, es desde antiguo hondamente celebrada en todo el orbe católico. Su esencia es la veneración pública y solemne de la Eucaristía, como memorial de la entrega pascual de Jesús, y testimonio de alegría por su victoria final y su Resurrección. El Catecismo de la Iglesia nos dice que “debemos considerar la Eucaristía como acción de gracias y alabanza al Padre, como memorial del sacrificio de Cristo y de su Cuerpo, como presencia de Cristo por el poder de su palabra y de su Espíritu” (nº 1358).
Esta festividad tan tradicional y rodeada a su vez de bellas tradiciones descansa en una «Tradición», que procede nada menos que del Señor y que nos refiere el apóstol Pablo: “Yo he recibido una tradición, que procede del Señor y que a mi vez os he transmitido: que el Señor Jesús, en la noche en que iba a ser entregado, tomó pan y, pronunciando la Acción de Gracias, lo partió y dijo: «Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros. Haced esto en memoria mía». Lo mismo hizo con el cáliz, después de cenar, diciendo: «Este cáliz es la nueva alianza en mi sangre; haced esto cada vez que lo bebáis, en memoria mía»” (1 Cor 11,23-26).
Tras la celebración eucarística, destaca en esta fiesta la solemne procesión con el Cuerpo de Cristo por las calles y plazas de nuestros pueblos y ciudades, por los mismo lugares y espacios donde se desarrolla nuestra vida cotidiana, para que el Señor bendiga y comparta todas nuestras preocupaciones y angustias humanas, que en este año 2020 son especialmente graves y acuciantes. El Directorio sobre la piedad popular y la liturgia señala que “Los fieles comprenden y aman los valores que contiene la procesión del Corpus Christi. Se sienten «Pueblo de Dios» que camina con su Señor, proclamando la fe en Él, que se ha hecho verdaderamente el «Dios con nosotros»” (nº 162).
Aquella «Tradición», transmitida de generación en generación cristiana, está en la base y otorga todo su sentido tanto a la hermosa liturgia del día -oraciones, lecturas, himnos…-, como a las bellas tradiciones humanas y religiosas que, entroncadas con ella, enmarcan y realzan al Corpus Christi: las ricas expresiones de la mejor cultura cristiana (bellas artes, música, danza, literatura…) como de la sentida piedad popular (procesiones, altares, adornos de calles y plazas…), que sirven para poner ante los ojos de creyentes y no creyentes el valor y la centralidad de esta nuestra «Tradición»: de la Eucaristía misma, que es la “fuente y cima de toda la vida cristiana”. En esta época de secularización intensa y progresiva, el reducir y minimizar estas expresiones cultuales y festivas puede llegar a borrar la memoria de nuestra Fe, de la gran «Tradición» que hemos recibido, hasta llegar a ser “nada” significativos ni expresivos ni para nosotros mismos ni a los ojos del mundo.
También la celebración del Corpus, en este tiempo entre la primavera y el verano en que suelen realizarse las cosechas, por medio de los elementos materiales de la Eucaristía -la uva y el trigo-, nos hace volver la mirada al campo, al mundo rural, tan alejado de la ciudad y del que, sin embargo, viven tantos pueblos de la Archidiócesis, y que con la pandemia del Covid 19 se ha vuelto a poner de relieve el singular valor de la agricultura y el estar agradecidos por los frutos del trabajo del hombre sobre la tierra que nos asegura el alimento humano, simbolizado en el pan y en el vino, que prefiguran el alimento divino que festejamos en esta jornada.
Esta preocupación por el alimento enlaza con otra dimensión fundamental de la celebración de este Sacramento admirable, como es la caridad con los hermanos necesitados. De la Eucaristía brota el amor y la solidaridad con todos los hombres. Por eso recuerdan nuestros obispos que la festividad del Corpus Christi es también el “Día de la Caridad”, y a través de un mensaje titulado “Sentado a la mesa con ellos (Lc 24, 18)” señalan que “Dios necesita de cada uno de nosotros para hacerse presente a tantos caminantes de Emaús que avanzan sin rumbo y sin ánimo. Algunos, además, no cuentan con lo necesario para llevar una vida digna pues carecen de la acogida social, de un hogar adecuado y del alimento necesario para el sustento diario. Esta pandemia no solo nos está dejando dolorosas muertes, sino que está provocando además una grave crisis económica y social”.
El gran teólogo Karl Rahner (1904-1984) dejó escritas unas bellas páginas sobre la fiesta del Corpus Christi, de las que destacamos unas líneas, para que nos hagan vivirla, sobre todo, en el interior del corazón: “Caminemos hoy y siempre, incansables, por todas las calles de esta vida, las llanas y las escabrosas, las felices y las sangrientas; el Señor está presente, el fin del camino y la fuerza para recorrerlo están presentes. Bajo el cielo de Dios va por las calles de la tierra una sagrada procesión. Llegará. Pues ya hoy celebran el cielo y la tierra juntos una fiesta feliz”.
Isidro González