Lectura del santo evangelio según San Juan (15, 1-8)
«Yo soy la verdadera vid, y mi Padre es el labrador. A todo sarmiento que no da fruto en mí lo arranca, y a todo el que da fruto lo poda, para que dé más fruto. Vosotros ya estáis limpios por la palabra que os he hablado; permaneced en mí, y yo en vosotros. Como el sarmiento no puede dar fruto por sí, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí. Yo soy la vid, vosotros los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ese da fruto abundante; porque sin mí no podéis hacer nada. Al que no permanece en mí lo tiran fuera, como el sarmiento, y se seca; luego los recogen y los echan al fuego, y arden. Si permanecéis en mí y mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo que deseáis, y se realizará. Con esto recibe gloria mi Padre, con que deis fruto abundante; así seréis discípulos míos».
Comentario
Yo soy la verdadera vid
En la fiesta de Santa Brígida, patrona de Europa, se nos propone el tema de la unidad. Como si fuera una requisitoria más de los gobernantes en sus consejos europeos y demás instituciones con las que se ha forjado la unidad política del continente en los últimos sesenta años. Tampoco convendría echar en saco roto la aportación decisiva que el humanismo cristiano, a través de muchos de los grandes hombres fundadores, trajo a la idea de la unidad europea. Pues bien, el Evangelio de esta jornada habla precisamente de eso: de unidad, de íntima relación entre nosotros y Jesús, tan estrecha como la que tiene el sarmiento de la vid con la cepa de la que toma el alimento que la nutre. El texto evangélico de hoy se aplica con frecuencia a la Iglesia: lo mismo que la vid tiene muchos sarmientos que ni siquiera se tocan, todos se sienten vivificados por una misma savia que los recorre. La savia es Jesús resucitado y los sarmientos somos nosotros mismos.