Lectura del santo evangelio según San Juan (3, 13-17)
«Nadie ha subido al cielo sino el que bajó del cielo, el Hijo del hombre. Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para que todo el que cree en él tenga vida eterna. Porque tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Unigénito, para que todo el que cree en él no perezca, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él».
Comentario
Tanto amó Dios al mundo
Hay un paralelismo en las dos acciones que estos versículos de San Juan relacionan: Moisés levantó la serpiente en el desierto, cuando el éxodo del pueblo elegido, para acabar con la muerte que infligían los reptiles. Pero no fue por propia iniciativa, sino por orden de Dios para salvar a su pueblo una vez más. Eso era en la Antigua Alianza. En la Nueva, la que Jesús vino a instituir sobre la tierra, es el propio Cristo el que tiene que ser levantado en la cruz para acabar con la muerte que es el pecado. Algunos artistas, especialmente del Barroco, han sabido interpretar la agonía en el madero con la sinuosa forma de una sierpe retorciéndose: en Sevilla tenemos buen ejemplo de ello. En ambos casos es Dios quien lo determina por la salvación del pueblo elegido, por amor incondicional e inagotable a sus criaturas. Esa es la razón última de ambas acciones: el amor de Dios hacia el hombre que da su Hijo a la muerte para que el hombre alcance la vida eterna. En este día en que la Iglesia festeja la Exaltación de la Cruz, piensa en la salvación que trae a tu vida Jesucristo. E inmediatamente, piensa en el inmenso amor de Dios Padre que lo exaltó para que el mundo se salve.