Martes de la 29ª semana del Tiempo Ordinario (A)

Lectura del santo evangelio según San Lucas (12, 35-38)

«Tened ceñida vuestra cintura y encendidas las lámparas. Vosotros estad como los hombres que aguardan a que su señor vuelva de la boda, para abrirle apenas venga y llame. Bienaventurados aquellos criados a quienes el señor, al llegar, los encuentre en vela; en verdad os digo que se ceñirá, los hará sentar a la mesa y, acercándose, los irá sirviendo. Y, si llega a la segunda vigilia o a la tercera y los encuentra así, bienaventurados ellos».

Comentario

 Tened encendidas las lámparas

Ceñirse era lo primero que hacían los israelitas cuando iban a trabajar: había que recogerse la túnica para no tropezar en la faena. Todo lo contrario que cuando se va a dormir, como refrenda la expresión dormir a pierna suelta sin nada que ciña la cintura. Desde el primer versículo de la perícopa del Evangelio de hoy está planteada la disyuntiva que alienta este discurso de Jesús. Es una alternativa que se nos pone por delante: vigilia-sueño. No importa la hora, sino la actitud de quien llega a deshora y encuentra vigilantes a sus siervos; esto es, ceñidos y con la luz prendida, prestos a lo que mande el señor de la casa, dispuestos a trabajar, prevenidos. Entonces, la parábola da un giro y los siervos diligentes que estaban listos se convierten en invitados a los que el mismo dueño de la casa agasaja. ¿No es eso el banquete eucarístico en el que el Señor nos convida a comer su cuerpo y beber su sangre si hemos estado alerta en nuestra vida espiritual? A la vigilia se le contrapone el sueño, pero también la modorra, la galbana que nos hace abúlicos y que nos mantiene indiferentes en un duermevela que no es ni vigilia ni sueño profundo. ¿Te has parado a pensar en qué estado espiritual vive tu alma: somnolienta o despierta?

 

 

 

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