‘Los archivos del Pentágono’, el ejercicio responsable del periodismo

La última película de Steven Spielberg resulta más interesante que entretenida. Interesante porque plantea temas de calado sobre el periodismo –el cuarto poder‑, su relación con los gobernantes y su servicio a la sociedad. Pero quizá por estar concebida como una sucesión interconectada de duelos orales, Los archivos del Pentágono exige del espectador un plus de esfuerzo para implicarse de lleno en la historia.

En cierto modo, el filme de Spielberg podría considerarse una precuela de Todos los hombres del presidente (1976, Alan J. Pakula), título paradigmático del género. Los archivos del Pentágono no se centra en el periodismo de investigación, leitmotiv de la cinta de Pakula, sino en el ejercicio de responsabilidad que supone la información que cada día alumbran los profesionales de la prensa.

El hecho que vertebra la trama de la película ocurrió en 1971, cuando al Washington Post le llegan anónimamente unos documentos confidenciales sobre la participación militar de los Estados Unidos en Vietnam. Desde el punto de vista ético, el contenido de esos “papeles” resultaba escandaloso y dejaba al descubierto la cadena de falsedades oficiales trasladadas al pueblo norteamericano sobre el conflicto vietnamita, consentidas por Truman, Kennedy, Johnson y Nixon, presidente en esos momentos. ¿Debía publicarlos el Post?

Los archivos habían sido sustraídos y filtrados por Daniel Ellsberg, analista militar que colaboraba con el Ministerio de Defensa. Imputado en 1973 por robo y divulgación de documentos secretos, justificó así su conducta en la declaración ante el juez: “Sentía que, como ciudadano americano, como ciudadano responsable, no podía seguir cooperando en la ocultación al pueblo americano de esta información. Lo hice asumiendo personalmente todo el riesgo y estoy dispuesto a responder de las consecuencias de mi decisión”.

Los archivos del Pentágono acaba de recibir dos nominaciones a los Oscars: a mejor filme y a mejor actriz. Y aquí hay que pararse y descubrirse, porque lo que hace Meryl Streep con su personaje de Katharine Graham, la dueña del Washington Post es para quitarse el sombrero. No importa que a su lado esté Tom Hanks, siempre eficaz, o que la música sea de John Williams ‑5 Oscars le contemplan‑, o que la fotografía corra a cargo de Janusz Kaminski con sus 2 Oscars… Streep, que podría ganar su cuarto Oscar, está sublime en su papel de mujer aparentemente frágil y verdaderamente honesta, presionada por un fuerte dilema y rodeada de su familia, empleados, amigos y consejeros, con dispares opiniones.

Película especialmente atractiva para alumnos y profesionales del periodismo, reivindicativa de una libertad de prensa comprometida con la verdad. Una libertad extensible también a otros ámbitos laborales –como el sanitario‑ que exigen un delicado respeto a la conciencia de la persona.

 

Juan Jesús de Cózar

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