Siempre he pensado que no hay nada más cristiano que interponerse en una pelea e intentar llevar la paz aun a riesgo de poner la mejilla.
Esta pandemia comenzó de este modo, antes que poner en riesgo al equipo de Cáritas, tenía que atender a los más necesitados. Luego ya pude atender todo el equipo, y entonces la siguiente prioridad pasó a ser atender a los ancianos, luego la siguiente fue atender a los que iban enfermando en el hospital, luego fue atender a los médicos y enfermeros conocidos, y en todo momento intentar que toda la comunidad parroquial se implicase de uno u otro modo.
De todo este camino, me quedo con todas las oraciones que he rezado antes de entrar en alguna UCI, o al entrar en las habitaciones con enfermos COVID-19, o en la residencia de ancianos. No sabía cuándo podía contagiarme, pero sí sabía que, si alguien podía acercarse a ellos, debía hacerlo. Tristemente el miedo nos ha restado humanidad en todo, y eso es aún más sangrante entre los enfermos. Allí la presencia de un sacerdote ha supuesto un salto cualitativo en su paz interior y con ella en su recuperación.
Pero miedo había, hay y habrá, incluso cuando llegó la hora de la vacuna y parecía que era una locura, pero alguien debía hacerlo. Y entonces, como cuando me contagié, aparecieron esas benditas mujeres que rodeaban a Jesús y se interesaban por ti. Ser cristiano hoy es no desaprovechar ninguna ocasión oportuna para ser signo de contradicción, ser luz de esperanza, ser amor en el gesto oportuno, ser palabra inspirada, ser mirada consoladora, ser paz reconciliadora, ser instrumento de servicio, ser vacuna del miedo, ser anticuerpo del egoísmo, ser salud del alma, y ser… sencillamente aquello que Dios regala a través tuya.
Recuerdo vivamente cuando una de las ancianas de la residencia se abrazaba a sí misma con lágrimas en los ojos al ver a su sacerdote entrar en la residencia. Con las pintas de astronauta era imposible abrazarla, pero ni los filtros de las mascarillas pueden tapar la riqueza de una mirada o de una conversación de quien te conoce.
Del mismo modo, es imposible olvidar las conversaciones en el hospital viendo a enfermos que estaban rezando a Dios pidiendo una señal para comprender qué les pasaba, y de repente entraba el sacerdote por la puerta, todo un regalo. Incluso hubo uno, para qué decir lo contrario, que se molestó y asustó la primera vez que fui, pero la segunda, tercer, cuarta… hablamos de futbol y de lo que fuera, pero sin hablar hablábamos de Esperanza y Amor. Su “gracias por venir” antes de irse lo dijo todo sin decir gran cosa.
Este virus pretende deshumanizarnos, pobre virus, la humanidad no está en el abrazo físico sino en el del corazón que te mira de reojo y sabe amar sin hablar.
Hoy celebramos un día del enfermo, en un año de pandemia, pero en un mundo que agoniza de tantas otras pandemias. Por una vez el primer mundo siente con dolores del último, por eso solo quienes se unen a esta experiencia de ser los últimos en una habitación de hospital que se hace eternidad dolorosa. Solo ellos pueden ser auténtica Esperanza, no de curarse del virus, sino de curarse de una vida enferma que solo cuando te obliga a pararte te hace darte cuenta de los tumbos que vas dando y de las prioridades que olvidaste.
Os animo, y me animo, a no sentir que no nos merecemos el virus, ni a confiar que Dios nos evitará tenerlo, sino a gastar todas las fuerzas en amar la vida con sus adversidades, y así llevar amor a donde más falta hace.
Carlos Carrasco, capellán del Hospital Viamed Santa Ángela de la Cruz