Lectura del santo evangelio según Marcos (7, 14-23)
Llamó Jesús de nuevo a la gente y les dijo: «Escuchad y entended todos: nada que entre de fuera puede hacer al hombre impuro; lo que sale de dentro es lo que hace impuro al hombre».
Cuando dejó a la gente y entró en casa, le pidieron sus discípulos que les explicara la parábola. Él les dijo: «¿También vosotros seguís sin entender? ¿No comprendéis? Nada que entre de fuera puede hacer impuro al hombre, porque no entra en el corazón sino en el vientre y se echa en la letrina». (Con esto declaraba puros todos los alimentos). Y siguió: «Lo que sale de dentro del hombre, eso sí hace impuro al hombre». Porque de dentro, del corazón del hombre, salen los pensamientos perversos, las fornicaciones, robos, homicidios, adulterios, codicias, malicias, fraudes, desenfreno, envidia, difamación, orgullo, frivolidad. Todas esas maldades salen de dentro y hacen al hombre impuro».
Comentario
Lo que sale de dentro es lo que contamina
Siguiendo con la diatriba del lavatorio de manos antes de comer, se nos presenta hoy esta otra disquisición sobre la pureza o impureza de determinados alimentos que, para la mentalidad judía, contamina a quien los ingiere. No es algo del pasado: hoy hay millones de hombres y mujeres de todo el mundo que se abstienen de comer determinados productos por motivos religiosos. Nosotros mismos tenemos pasado mañana viernes el día del ayuno voluntario como camino ascético para caer en la cuenta de las multitudes que pasan hambre en nuestro planeta. También hay un buen número de personas que se abstiene de la ingesta por motivos no tan alejados de la religión como podríamos suponer: el dios del cuerpo saludable y del bienestar al que rinden culto millones de seguidores por todo el mundo también. Pero Jesús está indicando que ningún alimento puede contaminar al hombre, sino que es lo que éste guarda en su corazón lo que contamina los alimentos y todo cuanto toca. Es una visión que le da la vuelta a las circunstancias tradicionales y provee de otro punto de vista que hasta entonces ni se había planteado. La purificación interior -en la que el ayuno o la abstinencia de la Cuaresma, por ejemplo, siempre ayudan- es el camino que Jesús está indicando.