No podemos contentarnos con constatar y denunciar cuáles son las sombras más oscuras de nuestro mundo: las guerras, los conflictos, el descarte de personas, el problema de la inmigración, la agresividad en la comunicación… También hay que descubrir cuáles son sus causas más profundas. El Papa Francisco apunta a una fundamental en el último capítulo de la encíclica Fratelli tutti (“Las religiones al servicio de la fraternidad en el mundo”): la negación de Dios. Si Dios desaparece de la esfera pública, si no se le reconoce en las relaciones entre los humanos, el mal campa a sus anchas: “Cuando se quiere expulsar a Dios de la sociedad se acaba por adorar ídolos, y enseguida el hombre se pierde, su dignidad es pisoteada, sus derechos violados” (n. 274).
Si a Dios se le arrincona, si lo trascendente se elimina, queda poner al hombre en su lugar, divinizarlo, y “poner los valores mundanos y materiales en lugar de los principios supremos y trascendentes” (n. 275). Esta “divinización” supone una carrera por conseguir las posiciones más poderosas, sin que importe el descarte de los más débiles, y de ahí surgen los conflictos.
Ante esta situación, las distintas religiones del mundo tienen una palabra importante que decir. Los creyentes deben “hacer presente a Dios, que es un bien para nuestras sociedades” (n. 274). Un Dios que es Padre de todos, y que nos hace a todos –como hijos suyos– iguales, “compañeros de camino, verdaderamente hermanos” (n. 274). El Papa afirma que los creyentes, para ello, “nos vemos desafiados a volver a nuestras fuentes para concentrarnos en lo esencial: la adoración a Dios y el amor al prójimo” (n. 282). Es lo que nos une, y lo que aleja también las sombras del enfrentamiento religioso. Ese es el mejor servicio de las religiones a la fraternidad en el mundo, un servicio que no puede ser acallado, y que debe ser preservado por la libertad religiosa.
La Iglesia es consciente de esta misión, que no puede quedara relegada al ámbito de lo privado: “Al contrario, no puede ni debe quedarse al margen en la construcción de un mundo mejor ni dejar de despertar las fuerzas espirituales” (n. 276). La Iglesia es consciente de que tiene el mayor tesoro que ofrecer: el Evangelio de Jesucristo, en el que está “ese manantial de dignidad humana y de fraternidad” (n. 277). La Iglesia es “Católica”, y como tal está llamada a seguir encarnando la Buena Noticia en todos los siglos, en todos los rincones, en cada lugar de la tierra.
Para que “la música del Evangelio” (n. 277) siga resonando en las casas, en las plazas, en los trabajos, en la política, en la economía, sigue haciendo falta personas que consagren su vida a su anuncio. Personas que, “en un sueño de entrega total a Dios hacia una identificación con los últimos” (n. 287) disipen con sus vidas luminosas las sombras de este mundo y sean constructores en él de una auténtica comunidad de hermanos, “fratelli tutti”.
Manuel Jiménez Carreira
Director Espiritual Seminario Metropolitano de Sevilla