Estamos a mitad de curso, época de proyectos para el futuro. Unos, porque terminarán este año el Bachillerato, otros porque acabarán su carrera, otros porque están contentos con lo que han elegido para estudiar o trabajar. Es tiempo de ir tomando decisiones. Una posibilidad para algunos jóvenes puede ser la de consagrar su vida al ministerio sacerdotal. No se trata de una profesión, sino de una vocación capaz de llenar todas las aspiraciones del corazón de un joven que quiera en la vida algo más que ganar dinero para vivir bien, ser alguien famoso o lograr los primeros puestos de influencia económica o social o política.
Requiere tener cualidades humanas para la tarea propia del sacerdote, ser pastor de la comunidad cristiana, haciendo presente a Jesucristo con su vida y sus actos, especialmente los sacramentales. Requiere tener fe en Jesucristo, como para arriesgarse a darlo todo por el todo, dejarlo todo para estar siempre con Él y consagrarse a extender su Evangelio de salvación. Requiere comprometerse de por vida a vivir en la fidelidad a Cristo, en la disponibilidad, el desprendimiento a favor de los demás – especialmente los más pecadores, los más necesitados o enfermos – la entrega total a Cristo y su Iglesia, asumiendo con gozo la castidad perfecta que supone el celibato. Requiere mirar al futuro con esperanza, sin pesimismo ni agobios ante las dificultades, pues Cristo ha muerto y resucitado también para los hombres y mujeres de nuestro tiempo. Buscar en el sacerdocio un refugio o “bunker” por miedo a la sociedad es señal cierta de que no se tiene vocación.
Si algún joven que me lea se sintiera interesado debiera hablar de ello con Cristo, Señor y Amigo. Y, si se siente animado tras esa conversación ineludible, pues debería hablar con algún sacerdote de su confianza para que le ayude a dar los pasos necesarios para empezar su formación en el Seminario, tal vez a comienzos del curso próximo. Le aseguro que Cristo nunca le dejará defraudado y que a Él nunca le ganaremos en generosidad.
Gabriel Acevedo