Este miércoles 14 de febrero comenzamos una nueva Cuaresma con la celebración del tradicional Miércoles de Ceniza. Por este motivo presentamos una curiosa obra: una casulla color ceniza sólo para la liturgia de este día, de la parroquia de San Juan Bautista, de Marchena.
Esta parroquia, que se fundó tras la conquista cristiana de la ciudad por San Fernando en 1240, guarda un rico patrimonio que incluye obras tan importantes como el retablo mayor, obra de Jorge y Alejo Fernández, el retablo del Sagrario, con obras de Roque Balduque y tablas anónimas del 1500, una Inmaculada de Pedro de Mena, la Anunciación de Vasco de Pereira, la Custodia renacentista de Francisco de Alfaro o las pinturas de Zurbarán que se conservan en la Sacristía: nueve valiosos lienzos entre los que destacan la Inmaculada y el Crucificado. Hay que señalar igualmente la rica colección de piezas de orfebrería, libros corales y ornamentos litúrgicos que esta Iglesia posee. De estos últimos, la parroquia atesora un importante conjunto de obras que van desde el siglo XV al XIX, destacando los bordados renacentistas, como los del terno de difuntos, obra de Lorenzo Castellanos de 1554
La casulla de color ceniza
Por su originalidad y singularidad, comentamos en esta ocasión la casulla de color ceniza, confeccionada para ser portada únicamente en la liturgia del Miércoles de Ceniza.
De autor anónimo, está realizada en raso gris y bordada en oro en el siglo XIX, y se trata de una casulla del tipo llamado “de guitarra” cuya decoración está formada por una greca que circunda toda la pieza y que la divide en tres partes verticales llenas de motivos vegetales como ramas y hojas. Del centro de la composición y hacia cada lado, parten unas piezas a modo de guirnaldas o colgaduras formadas a base de grupos de lentejuelas que, como señala el profesor Manuel Antonio Ramos Suárez, le dan un brillo característico.
Su color gris buscando asemejarse al de la ceniza, evoca la tristeza de una vida gris y apagada lejos de Dios, pero la liturgia de este miércoles de ceniza, nos recuerda que la Cuaresma es sobre todo un tiempo de conversión y esperanza, porque es el camino que nos conduce a la Pascua, es decir, a la vida plena en Dios y que, por ello, debe ser vivida como un tiempo de alegría; un tiempo serio, sí, pero no triste.
Como nos recuerda el Papa Francisco, la Cuaresma no es un fin en sí misma, sino “un camino finalizado a hacernos resucitar con Cristo”. Frente al gris de la ceniza, seamos capaces de vivir una Cuaresma con la alegría de la esperanza de la Pascua hacia la que caminamos y a la que somos llamados a compartir con Cristo.
Antonio Rodríguez Babío (Delegado diocesano de Patrimonio Cultural)