Lectura del santo Evangelio según Juan (3, 1-8)
Había un hombre del grupo de los fariseos llamado Nicodemo, jefe judío. Este fue a ver a Jesús de noche y le dijo:
«Rabí, sabemos que has venido de parte de Dios, como maestro; porque nadie puede hacer los signos que tú haces si Dios no está con él».
Jesús le contestó:
«En verdad, en verdad te digo: el que no nazca de nuevo no puede ver el reino de Dios».
Nicodemo le pregunta:
«¿Cómo puede nacer un hombre siendo viejo? ¿Acaso puede por segunda vez entrar en el vientre de su madre y nacer?».
Jesús le contestó:
«En verdad, en verdad te digo: el que no nazca de agua y de Espíritu no puede entrar en el reino de Dios. Lo que nace de la carne es carne, lo que nace del Espíritu es espíritu. No te extrañes de que te haya dicho: “Tenéis que nacer de nuevo”; el viento sopla donde quiere y oyes su ruido, pero no sabemos de dónde viene ni adónde va. Así es todo lo que ha nacido del Espíritu».
Comentario
Lo que nace del Espíritu es espíritu
Nacer de nuevo. Nicodemo es fariseo, fiel observante de los preceptos, pero se acerca a escondidas -de noche, en su noche espiritual, cabría señalar- a conocer a ese Galileo del que todo el mundo habla. La curiosidad lo lleva a entablar contacto y a preguntar qué tiene que hacer. La respuesta es válida para él y para todos los demás: nacer de nuevo. Nacer de lo alto, del espíritu, del cielo. Para ello hace falta el agua purificadora del bautismo y el Espíritu, en línea con la advertencia que hizo el Bautista en el Jordán. El bautismo es voluntario y puede acercarse a recibirlo no sólo Nicodemo, sino cualquiera. De hecho, es lo que hace la Iglesia con el escrutinio a los padres que presentan al neófito ante la pila bautismal. Pero el Espíritu es gracia pura, en la que la intervención humana es sólo de disponibilidad para acogerla, pero en modo alguno puede forzarse. Esto es lo que turba a Nicodemo: abrirse a una nueva fe implica rogar, suplicar esa gracia que está fuera de su alcance y del nuestro.