María Cabezas. Sevilla, 1996. Misionera en Paraguay. Estudiante de Magisterio. Catequista en el Colegio Sagrado Corazón de Sevilla. Grupos Spínola
Solo fueron dos los meses que María pasó en Paraguay, concretamente en una zona empobrecida de la capital llamada El Bañado, colaborando con la Escuelita Marcelo Spínola de la Congregación de Esclavas, pero este tiempo no la dejó indiferente.
Misionera desde niña
Esta joven sevillana sintió la llamada misionera siendo niña, a través del testimonio de personas que “habían entregado su vida a acercarse a los empobrecidos del Reino en las misiones. Escucharlos generaba en mí una ilusión por conocer en primera persona eso que nos contaban un año tras otro”.
Pero su discernimiento no fue fácil, especialmente por la preocupación de sus padres ante esta decisión.
Entonces, cuenta, “llega un día en el que, contra todo pronóstico sientes que ha llegado el momento, te lanzas a la piscina y comienzas la formación previa a la misión”. Respecto a ésta asegura que “te ponen los pies en la tierra, te recuerdan que tú no vas a ser la salvadora del mundo y te dan muchos recursos. Te ayudan a entender que lo que tú tenías que preparar ya lo has hecho, pero que todo está en manos de Dios y hay que confiar en Él y dejarse sorprender”.
Y eso hizo ella.
Comenzando la Misión
Según recuerda, nada más llegar “la pobreza saltaba a la vista y ocupaba todo mi pensamiento; esa mezcla de mal olor, barro, agua, casas de chapa y basura me bombardeaban los cinco sentidos. Solo tenía ganas de llorar incluso me arrepentía de haber ido allí. Iba en una burbuja de negatividad hasta que me di cuenta que dos niños me llevaban de la mano. En ese momento me miraron y comprendí que hay miradas que salvan”.
Aquello, explica, hizo que “comenzara mi misión”.
De esta experiencia se queda con muchas cosas, pero lo más importante es que “Ñandejára, (Jesucristo en lengua guaraní) está con ellos y es lo que te cuentan con su vida”.
Misión en lo ordinario
También María es hoy testimonio del amor de Dios, cultivándolo gracias a la oración diaria (“si la oración falla, todo te empieza a fallar también”, advierte), la Eucaristía, la misión en lo ordinario y la comunidad.
María anima a participar en las misiones porque –asegura- es una experiencia “abierta a todos que requiere discernimiento y preparación”. “Los misioneros son personas normales, como tú y como yo –explica-, pero que salen de ellos mismos y regalan al mundo su tiempo, y lo hacen sin reservas”.
Por eso confiesa con ilusión que “yo repetiría mil veces, ‘Aquí estoy, envíame’, ¿y tú?”.