Lectura del santo Evangelio según Mateo (23, 27-32)
¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que os parecéis a los sepulcros blanqueados! Por fuera tienen buena apariencia, pero por dentro están llenos de huesos de muertos y de podredumbre; lo mismo vosotros: por fuera parecéis justos, pero por dentro estáis repletos de hipocresía y crueldad. ¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que edificáis sepulcros a los profetas y ornamentáis los mausoleos de los justos, diciendo: “Si hubiéramos vivido en tiempo de nuestros padres, no habríamos sido cómplices suyos en el asesinato de los profetas”! Con esto atestiguáis en vuestra contra, que sois hijos de los que asesinaron a los profetas. ¡Colmad también vosotros la medida de vuestros padres!
Comentario
¡Ay de vosotros, escribas y fariseos!
La imagen de los sepulcros blanqueados es tan potente, tiene tanta fuerza expresiva que ha saltado de la Escritura al habla cotidiana. Porque reconocemos en ella una capacidad para describir, por un lado, el ornato con que se adorna la sepultura mientras, por el otro, se esconde la podredumbre, la miseria y el hedor que oculta el nicho. Pero por mucho que la tumba quiera presentarse agradable y hermosa -¡cuántos monumentos funerarios en nuestros cementerios así lo son!- sabemos que encierra la muerte. Y ninguno de nosotros somos capaces de devolver los huesos a la vida. El pasaje de Ezequiel en el capítulo 37, cuando el profeta deambula por el valle de los huesos secos, es ilustrativo porque es el espíritu de Dios el que hace que esos huesos vuelvan a la vida. Nuestra propia existencia está repleta de huesos secos que vamos ocultando en el nicho para recubrirlos con la autosuficiencia y la apariencia de que está todo en orden, pero sólo el Espíritu Santo con su gracia puede hacer que cuanto escondemos en la sepultura recobre vida.