Ser sacerdote requiere algo más que tener unos estudios concretos terminados. Hace falta tener vocación, es decir, verse llamado por Jesucristo para estar siempre con Él, y desde ahí, llevar a cabo la misión evangelizadora como presbítero en la Iglesia: el anuncio de la Palabra, la celebración de los Sacramentos, el servicio a la unidad y la caridad en la comunidad cristiana.
Quizás tú, joven lector, hayas hablado ya este asunto con el Señor y estés convencido de que puede llamarte para ser sacerdote. Pero, a la hora de la verdad, prefieres ir alargando el asunto, no quieres enfrentarte con el tema, prefieres pasártelo bien ahora que eres joven… ¿no te parece que ya es hora de dejarlo todo por seguir plenamente a Jesucristo? A lo mejor Cristo te mira con esperanza como miró a aquel joven del Evangelio y le propuso que lo dejara todo y lo siguiera… Aquel joven se fue entristecido porque era rico… ¿También tú vas a defraudar la esperanza que Cristo tiene puesta en ti?
¿A qué esperas? ¿Le vas a dar a Cristo una vida ya cansada, tristona y envejecida? ¿No sería mejor que le siguieras ya con la plenitud de tus más nobles ilusiones juveniles? Tú quizás puedas defraudarle, pero Él, Jesucristo, – te lo aseguro – jamás te fallará: su gracia vale más que la vida y tú podrás acercarte al altar de Dios, al Dios de tu alegría.