La convocatoria se presentaba atractiva; nada menos que el nuevo arzobispo hispalense, Don José Ángel Saiz, iba a hablar sobre “La convivencia entre fe y ciencia en la Universidad del siglo XXI” en el incomparable marco del paraninfo de la Universidad de Sevilla. En mi doble condición de universitario y católico, me veía obligado a asistir y a escuchar con atención, porque, a buen seguro, me interesaba lo que allí se iba a decir.
Qué mejor forma había de honrar a Santo Tomás de Aquino, doctor de la Iglesia, en su festividad, y qué mejor prólogo de la eucaristía que se iba a celebrar a continuación en la capilla de los Estudiantes, dentro del solemne triduo a su titular, María Santísima de la Angustia, por el alma de Don Juan del Río, antiguo capellán de la universidad y fundador del SARUS (Servicio de Asistencia Religiosa de la Universidad de Sevilla) al cumplirse el primer aniversario de su fallecimiento.
Comenzó su disertación elogiando el papel de la Universidad en la búsqueda de la verdad, en tiempos de fakes y posverdad, y en cómo tanto Juan Pablo II con su encíclica Fides et ratio (Fe y razón), como Benedicto XVI, ambos profesores universitarios, habían insistido en que los investigadores pueden ayudar al mundo a recuperar el valor de la verdad.
Una sola rama del saber no puede ser capaz de conocer todos los aspectos de la realidad, y de ahí que tengamos la necesidad de fomentar un diálogo interdisciplinar, pues sólo conjugando el rigor de las ciencias con la capacidad de captar la realidad por parte de las Humanidades es posible hacer de la Universidad ese lugar donde convivan todos los conocimientos.
Se hace necesario entablar un diálogo entre los científicos, los filósofos y los teólogos, algo natural en la época en la que se fundaron las Universidades, como la de Sevilla por el canónigo maese Rodrigo Fernández de Santaella por bula pontificia en 1505, diálogo que se prolongó hasta que los estudios de Teología se desgajaron de las universidades españoles en el siglo XIX, no así en Centroeuropa. Llama la atención que en la Pontificia Academia de las ciencias del Vaticano, actualmente, científicos agnósticos y ateos presten sus servicios junto a otros que son creyentes.
Las siete conclusiones que nuestro prelado expuso, fueron sin duda el colofón de esta magnífica conferencia, por su clara estructura y su detallada síntesis:
- La Universidad del siglo XXI está llamada a propiciar un diálogo entre ciencia y fe. Vivimos en una sociedad plural, no añoramos la cristiandad, y aceptamos la diversidad como consustancial a los signos de estos tiempos, pero también deben superarse tics anticlericales que parecen extraídos de épocas pasadas y que no se corresponden con la realidad actual.
- Hemos de defender como decía San Juan Pablo II “la capacidad de la razón humana para encontrar la verdad” y, como creyentes, tomar como una tarea irrenunciable el logro de una síntesis entre fe y razón.
- Estamos llamados a la búsqueda del sentido de la vida, y desde esta inquietud es desde donde tiene significación conjugar el deseo de encontrar la verdad, con el deseo de Dios de darse a conocer.
- Practicar la caridad intelectual. El mundo necesita personas convencidas de su amor a la verdad, de docentes responsables enamorados de su profesión, que sean modelos con el ejemplo de sus vidas.
- Es necesario crear puentes y redes entre las distintas instituciones, favorecer un diálogo interdisciplinar más allá de un aislamiento que las separe, y fomentar la fraternidad en todo el mundo universitario.
- Hemos de valorar el sentido unitario del conocimiento, la grandeza del conjunto. Sólo desde una visión holística seremos capaces de disfrutar de cada rama del saber.
- La aptitud suma, la actitud multiplica. Cuando la suma deviene en multiplicación, alcanzamos metas más altas, y la sinergia provocada por la colaboración entre personas que defienden distintos enfoques nos hará avanzar hasta alcanzar la meta final que no es otra que la Sabiduría.
Nos recordó que la iglesia católica está presente en las universidades que tienen sede en Sevilla (Hispalense, Pablo de Olavide, CEU San Pablo, Loyola y UNED) con el SARUS, antes mencionado, creado el 22 de noviembre de 1988 por el entonces Arzobispo, monseñor Carlos Amigo Vallejo, y el rector de la Universidad, Dr. D. Javier Pérez Royo; la Hermandad de los Estudiantes, fundada el 17 de noviembre de 1924 por un grupo de profesores y estudiantes católicos en la iglesia de la Anunciación de la calle Laraña, y, por último, con la Cáritas Universitaria, que colabora con recursos para atender necesidades de estudiantes.
A modo de despedida nos dijo: “Buscad la excelencia. El futuro está en la educación, la obra más importante de vuestras vidas”. Que así sea.
Alberto Amador Tobaja