Lectura del santo Evangelio según Mateo (5, 13-16)
Vosotros sois la sal de la tierra. Pero si la sal se vuelve sosa, ¿con qué la salarán? No sirve más que para tirarla fuera y que la pise la gente. Vosotros sois la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad puesta en lo alto de un monte. Tampoco se enciende una lámpara para meterla debajo del celemín, sino para ponerla en el candelera y que alumbre a todos los de casa. Brille así vuestra luz ante los hombres, para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en los cielos.
Comentario
La sal se usaba en la consagración de las ofrendas y llevaba aparejada el gesto de pisotearla si perdía las cualidades que la hacían apetecible para esa función. A ello alude Jesús en esta exhortación a sus discípulos: a que sus seguidores sean como el excipiente de toda la humanidad ofrendada al Creador. Los cristianos tienen que esforzarse por ser sal de la tierra y luz del mundo para cumplir con la tarea que se les ha encomendado, para que su vida sirva de consagración de los hombres como lo era la sal en el altar del templo de Jerusalén. ¿Cómo asegurarse de que la sal cristiana sigue teniendo valor? Las bienaventuranzas dan la medida exacta de la exigencia que Jesús hace a sus seguidores. Un cristiano que sigue ese modelo de conducta implícito en el sermón de la monataña es una luminaria del Espíritu en medio de los hombres. Nadie que recibe ese ardor -y su luz correspondiente- puede esconderlo debajo del celemín puesto boca abajo, sino alumbrar en las tinieblas de este mundo a todos que están perdidos del mismo modo que los faros guían los barcos a puerto seguro.