Lectura del santo Evangelio según Mateo (6, 19-23)
No atesoréis para vosotros tesoros en la tierra, donde la polilla y la carcoma los roen y donde los ladrones abren boquetes y los roban. Haceos tesoros en el cielo, donde no hay polilla ni carcoma que los roen, ni ladrones que abren boquetes y roban. Porque donde estará tu tesoro, allí está tu corazón. La lámpara del cuerpo es el ojo. Si tu ojo está sano, tu cuerpo entero tendrá luz; pero si tu ojo está enfermo, tu cuerpo entero estará a oscuras. Si, pues, la luz que hay en ti está oscura, ¡cuánta será la oscuridad!
Comentario
En la conversación coloquial, atribuimos al enamorado o la enamorada un brillo especial en la mirada. Así también los hijos de la luz, cuya mirada es luminosa. Un ojo sano con el que mirar la propia luminosidad que desprende un alma empapada de Dios, de su amor primero, de su predilección. Ese fulgor en la mirada viene de enfocar los bienes espirituales y no los terrenales, de ambicionar las cosas de arriba y no de poner el corazón (el deseo) en objetos o emociones pasajeras que no llenan para nada. El tesoro que guardamos en el alma, ese es el que importa, no el que ha de comerse la carcoma.