Recientemente hemos realizado, mi esposa y yo, cuatro etapas del Camino de Santiago. En O Cebreiro, en el Santuario de Santa María la Real, junto al Cristo crucificado, en el altar del Santísimo, pensé en el significado de nuestro matrimonio. “Ultreia et Suseia”, sigue adelante y más arriba. Nada es casual. Con el cuerpo cansado, el espíritu se ensancha. En el matrimonio, como en el Camino, sobran casi todos los rellenos superficiales de la mochila. Como diría Santa Teresa, solo Dios basta. Nuestro camino en el matrimonio es largo, con muchas etapas, para toda la vida, y se hace acompañado. Lo importante es avanzar, paso a paso y cada día, superando fases y etapas. Superando las dificultades de la ruta, aceptándolas y afrontándolas, aceptando la fragilidad, propia y ajena, y poniéndola en manos de Dios. No son nuestras fuerzas las que nos permiten avanzar, son las Suyas.
¿Cómo son nuestras reacciones ante las dificultades del camino? ¿Desde la queja, la aceptación, la frustración? Si queremos avanzar, debe ser siempre desde el amor, con actitud positiva y de mejora permanente. Convirtiendo las rutinas y hábitos en detalles de amor, los desencuentros en oportunidades, las diferencias en enriquecimiento.
Caminar juntos sigue siendo un proceso permanente de desarrollo conjunto, un proceso de maduración personal conjunta. La clave está en que ese proceso de transformación se realiza en compañía. Es un camino donde cada paso es diferente pero las dos personas maduran y avanzan juntas. Cada día que pasa, cada etapa, somos los mismos y somos otros. Crecemos con avances y retrocesos, pero el proceso de maduración es conjunto, con tirones de uno y de otro, hacia atrás y hacia adelante, hacia la felicidad.
En ese proceso se descubre que la felicidad propia está en buscar la felicidad del otro, para que ambos finalmente la encuentren. En la vida como en el matrimonio, solo dando recibes. La felicidad de uno mismo pasa porque en tu proyecto de vida, el otro esté entre tus objetivos prioritarios, en ayudarle a crecer como persona para crecer los dos juntos. Mis propios deseos deben salir de mi propio yo, de mi frontera, de mi propia zona de confort, para ir en busca de los deseos del otro. Saber dar y recibir amor. Dar al otro lo que necesita, lo que busca, pero también saber pedir para que cada uno sepa y pueda, buscar y dar el bien al otro. Ese es el proceso de caminar juntos, de hacer bueno el camino.
En los momentos de crisis, lo prioritario es pensar en qué puedo yo cambiar para mejorar al otro, para ayudar al otro. Ese es el proceso de cambio, una vez más, un proceso de caminar juntos desde la individualidad. No esperar que el otro cambie, sino cambiar yo para que los dos crezcamos y avancemos en el camino.
El amor es querer amar, es comportamiento. La voluntad de querer es querer querer, es el deseo de proteger el amor frente a los avatares de cada día, frente a las dificultades de cada etapa del camino, frente a las crisis, el desamor, la incomunicación, la monotonía o el cansancio. Ese es el amor adulto, maduro, que mejora y avanza con la edad, en proceso permanente de crecimiento.
En las relaciones actuales de pareja el riesgo es caer en el relativismo, en el cuestionamiento permanente de los valores naturales positivos y también de los espirituales. Buscando la satisfacción inmediata nos olvidamos de la trascendencia. Aparece entonces el pánico ante el compromiso, el egoísmo, el centramiento en lo efímero, la permisividad o el “todo depende del punto de vista”, la pérdida de enfoque y del rumbo en el camino.
Y es que el amor se debe apoyar también en la inteligencia y en la voluntad, la educación de la voluntad para hacer el amor más profundo, más maduro, más duradero, y poniéndolo siempre en manos de Dios. Nadie dijo que fuera fácil la tarea, pero merece la pena, porque el amor, si es verdadero, lo puede todo. La vida en el matrimonio es un camino voluntario de maduración para hacerlo juntos, para disfrutarlo y llegar lejos.
En las paredes de la parroquia de Santa Maria A Real, en O Cebreiro, hay un poema de Fray Dino que reza así “…Aunque hubiera cargado mi mochila de principio a fin y esperado por cada peregrino necesitado de ánimo o cedido mi cama a quien llegó después, y regalado mi botellín de agua a cambio de nada, si de regreso a mi casa no soy capaz de crear fraternidad y poner alegría, paz y unidad, no he llegado a ningún sitio…”.
José Ramón Bécares
Director COF de Triana Los Remedios