Seguro que, ante los planteamientos que venimos haciendo, los retroprogres al uso saltarán diciendo que eso es fundamentalismo y que la Iglesia no puede pretender imponer su ideología al resto de los ciudadanos. Vayamos por partes: lo que los ciudadanos católicos y los hermanos de las distintas hermandades –que no la Iglesia- desean no es imponer una teocracia, sino vivir en una sociedad habitable, en la que no sean molestados por sus ideas y en la que no se les prive, arbitrariamente, de sus derechos más elementales, como el de educar a sus hijos y exponer sus opiniones. Construir una sociedad libre, en definitiva.
Pero, insisto, si algo repugna a los totalitarios es la libertad. Les resultan tremendamente peligrosas las personas capaces de pensar, de tener su propio esquema de valores sobre el que elaborar sus opiniones y tomar sus decisiones. Siempre ha sido así: pasan los años, se suceden los regímenes; pero los liberticidas permanecen. Ahora con un discurso distinto. Fracasado el modelo económico socialista, que empobreció economías y libertades durante setenta años en buena parte de Europa, resurgen con nuevos dogmas: absolutización del relativismo, ideología de género, cultura de la muerte y destrucción de la familia.
El anterior Presidente de Gobierno decía aquello de que «no es la Verdad la que nos hace libre, sino la libertad la que nos hace verdaderos». Detrás de tan sonora frase se esconde el conservadurismo más rancio, el mismo que, en constante goteo, pretende minar los cimientos de la cultura europea. Ahora con nuevos bríos. Pero la reciente historia de Europa nos muestra que el conservadurismo a ultranza desemboca siempre en totalitarismo, como el que nos acecha.
Crear conocimientos.
Como tantas veces se ha repetido, Sevilla cuenta con una sociedad civil perfectamente vertebrada a través de sus hermandades. Hermandades que tienen como razón de ser la cristianización de la sociedad. Hasta ahora han venido haciendo, y continúan en ello, una labor tremendamente importante en la fundamentación y desarrollo de la formación cristiana de sus hermanos. Sin esa base todo lo demás sobraría; pero a medida que el aire se va haciendo más irrespirable para el ejercicio de la libertad –hablamos de la libertad de todos, no sólo de los católicos-, las hermandades tienen que situarse en este nuevo escenario.
Aquí, como en todos los movimientos sociales, hay dos niveles: el primero, ya lo hemos reseñado, es el individual: adquirir la formación doctrinal y religiosa suficiente para fortalecer las convicciones y no dejarse llevar por opiniones tan poco fundamentadas como bien orquestadas. Gran labor, insistimos, la que están realizando aquí las hermandades, aunque nunca sea suficiente. Un segundo nivel es el que pueden ofrecer las hermandades, cada una o corporativamente, desmontando estos errores y evidenciando la deriva a la que se pretende llevar a la sociedad.
Ahora se habla mucho de «transversalidad», un concepto que parece acuñado por los nuevos partidos pero que es muy antiguo. Se trata de conseguir que las propuestas de un grupo se presenten y apliquen en todos los medios, situaciones y entornos posibles. Las hermandades han de ser ejemplo de esa transversalidad, ya que el ámbito de su mensaje no se circunscribe a la Casa Hermandad o a los medios especializados en noticias cofrades. Se abre a toda la sociedad. Hay que estar en todos los ambientes, no sólo en los típicamente cofrades. ¿Por qué no en foros de economía, cultura, acción social, o cualquier otra actividad humana noble?
Para eso es necesario crear conocimientos, desarrollar todo un cuerpo doctrinal, bien fundamentado, sobre el papel de las hermandades en la sociedad actual. En la nómina de nuestras hermandades hay muchas personas con capacidad para abordar estos temas desde una perspectiva jurídica, teológica, litúrgica, sociológica, económica, cultural, o histórica, con rigor y profundidad. Urge corregir la deriva a la que, desde fuera, quieren arrastrar algunos a las hermandades, interpretándolas desde conceptos civiles ajenos a la fe católica.
Un reto: podemos y debemos.
En los años setenta el cantante Paco Ibáñez puso música a unos versos de Gabriel Celaya: ¡A la calle!, que ya es hora de pasearnos a cuerpo y mostrar que, pues vivimos, anunciamos algo nuevo. Esta canción se convirtió en el himno de quienes querían cambiar las cosas: más libertad, horizontes más amplios. Precisamente lo que queremos ahora. Esa vieja canción, que fue el himno de una generación que se rebelaba contra los modelos que se les pretendían imponer, vuelve a ser la canción de los inconformistas, de quienes quieren dejar una sociedad más sana, más humana, a quienes vienen detrás. Las Hermandades de Sevilla juegan aquí un papel decisivo. Cada momento de la historia tiene sus exigencias. Desde el siglo XIV, o antes, las hermandades y cofradías de Sevilla han estado siempre a la altura de las circunstancias, de lo que se esperaba de ellas. El reto que tienen ahora planteado es de los más apasionantes: lo que está en juego es, nada menos, la libertad de sus hermanos, de sus familias y de la sociedad.
Un gran reto, proporcionado a su capacidad de respuesta.