Hoy, Jueves Santo, celebramos la institución de la eucaristía y el sacerdocio recordando el testimonio del sacerdote José Gutiérrez Mora que falleció el 25 de enero de este año a los 89 años de edad. Fue un ejemplo de hombre bueno y sacerdote fiel que hizo de la eucaristía el centro de su vida. Los pilares de su ministerio fueron el seminario, el clero y la predicación.
Gutiérrez Mora fue párroco de la iglesia colegial del Divino Salvador y de la parroquia del Sagrario de la Catedral. José Gutiérrez dedicó toda su vida a servir a los demás. Con 17 años, superó una “crisis fuerte” que le empujaba a dejar el Seminario. Una vez superada esta crisis su vida sacerdotal fue un gozo enorme y vivió su sacerdocio en plenitud por más de 64 años.
Fue coadjutor durante dos años en Osuna, tres años director espiritual del Seminario Menor de Sanlúcar de Barrameda y otros doce en el Seminario Mayor de San Telmo. Posteriormente, doce años como párroco del Salvador, y más tarde, vicario del Clero, a la vez que párroco del Sagrario de la Catedral. Por último, canónigo jubilado, Provicario General de la diócesis y delegado del Clero. José decía que podría resumir su vida en un afán grande de ayudar a los sacerdotes y seminaristas: «Ha sido lo más importante de mi vida».
Le costó acostumbrarse a los horarios de la Casa Sacerdotal donde residió los últimos años de su vida, pero tras las primeras impresiones y, a pesar de echar en falta la convivencia con los sacerdotes, se encontraba bien y muy feliz. Decía en una de sus últimas entrevistas: “Dios me ha traído para que, el tiempo que me quede de vida, lo dedique exclusivamente a Él”.
“He intentado que cada eucaristía fuera como la primera vez que celebro»
Guardaba muchos recuerdos gratos de su ministerio pero lo que más gozo le dio siempre fue la celebración de la Misa: “He intentado que cada eucaristía fuera como la primera vez que celebro. Y parece que el Señor me ha ayudado mucho en esto porque siempre que la celebro es como si fuera la primera o la última”.
José Gutiérrez Mora compartía la visión del Papa Francisco de una Iglesia pobre, abierta y viva, en la que la Misericordia y la Evangelización son sus características más importantes. Aconsejaba a los sacerdotes jóvenes “no dejar nunca el deseo de ser santos” ni abandonar de ningún modo la vida espiritual. “El sacerdote que no haga oración vive una vida superficial. La oración va unida a ese deseo de santidad”.