Migrantes

Llevamos un tiempo en el que se habla mucho de los refugiados políticos, especialmente de los que vienen de Siria y muy poco de las personas que vienen a Europa huyendo del hambre y de la pobreza. Indudablemente, las noticias en las que vemos a todos esos refugiados a las puertas de la Unión Europea, intentando llegar a lugares seguros para sus vidas y la oposición que encuentran por parte de los gobiernos de los países europeos que deben atravesar para llegar a su deseado destino, son conmovedoras y llevan a muchas personas a sentir solidaridad con ellos. Esos sentimientos son buenos y nos deberían mover a una solidaridad aún mayor. Pero esta cruel realidad no nos debe hacer olvidar a las personas que también quieren llegar a Europa huyendo del hambre. Las dos situaciones son dramáticas: ambas pueden ocasionar la muerte. Se muere por las balas y bombas y también se muere por el hambre y por enfermedades fácilmente curables cuando se tienen los medios para hacerlo. Guerras hay en otras partes del mundo y no solo en Siria. Con todo ello, quiero destacar que hay muchas razones por las que una persona se ve obligada a dejar su país buscando otro tipo de vida.

refugiados siriaHay muchas cuestiones que tienen una interpretación clara, tanto en la Biblia como en la tradición de los Santos Padres. Una de ellas es la acogida al emigrante, al extranjero, al peregrino…Son distintas formas de llamarlo pero siempre significan lo mismo, la persona que viene de lejos y que llama a nuestra puerta o que pasa por delante de ella. Para ella debe haber siempre acogida y se le debe ofrecer lo mejor de nuestra casa. “No explotéis al extranjero” dirá Jeremías, y Mateo escribirá: “¿Cuándo te vimos forastero y te hospedamos?”.

En la historia reciente de la Iglesia, viene siendo tradición de los papas publicar un mensaje para la Jornada mundial del emigrante  y refugiado. Cada año, aunque se habla en general de la situación de estas personas y el deber de acogida que tenemos todos para con ellos, siempre se pone la atención en algún aspecto en particular. Trataré de traer aquí algunos de los deseos de los papas que es bueno que conozcamos y que nos pueden ayudar a situarnos ante esta situación como cristianos.

En el año 1995 San Juan Pablo II hablaba del derecho que tiene todo inmigrante a reunirse con sus familiares. Este mismo papa, en los años siguientes hablaría de  que “los Estados por lo general tienden a intervenir mediante el endurecimiento de las leyes sobre los emigrantes y el fortalecimiento de los sistemas de control de las fronteras, y las migraciones pierden así la dimensión de desarrollo económico, social y cultural que poseen históricamente”.papa Francisco y refugiados

Los inmigrantes en situación irregular también merecieron la atención de este papa en varias ocasiones: “La Iglesia …se pregunta, en particular, cómo salir al encuentro, en el respeto de la ley, de las personas a las que se prohíbe la permanencia en el territorio nacional; se pregunta, además, cuál es el valor del derecho a la emigración sin el correlativo derecho de inmigración; en esta obra de solidaridad, se plantea el problema de cómo implicar a las comunidades cristianas, contagiadas a menudo por una opinión pública a veces hostil a los inmigrantes.

El primer modo de ayudar a esas personas es el de escucharlas para conocer su situación y, cualquiera que sea su posición jurídica frente al ordenamiento del Estado, asegurarles los medios necesarios de subsistencia”.

Para algunos ha podido parecerle una novedad la llamada que hizo el papa a primeros de septiembre para que cada parroquia acogiese a una familia de refugiados y de la que la diócesis también se hizo eco rápidamente. Pero ya en el año 1997, San Juan Pablo II decía:

refugiados“Las vicisitudes de los emigrantes y los dolorosos desplazamientos de los refugiados, que a veces la opinión pública no considera suficientemente, no pueden menos de suscitar en los creyentes profunda participación e interés. Con este mensaje para la Jornada mundial del emigrante y del refugiado, además de manifestar mi constante atención a la situación a menudo dramática de quienes abandonan su patria, deseo invitar a los obispos, a los párrocos, a las personas consagradas, a los grupos parroquiales y a las asociaciones eclesiales y de voluntariado a tomar cada vez mayor conciencia de este fenómeno. La próxima Jornada mundial constituirá una ocasión para reflexionar sobre las condiciones en que se encuentran los emigrantes y los refugiados, impulsando a descubrir sus exigencias prioritarias y a elaborar respuestas más conformes con el respeto a su dignidad de personas y con el deber de la acogida”.

La preocupación de la Iglesia por las personas que se ven obligadas a dejar  su país buscando una vida mejor no es nueva en la Iglesia. De cada uno de nosotros depende llevar a la práctica los deseos de Jesús “fui forastero y me acogiste” o los de los papas que nos recuerdan una y otra vez, que todos somos hermanos y que nadie entre nosotros se debe sentir extranjero.

Seguiremos con más citas de papas que nos indican de forma más concreta qué es lo que debemos hacer.