El perdón tiene completamente relación con el Año de la Misericordia.
El papa Francisco insiste en la necesidad del perdón y la reconciliación dentro del ámbito familiar. Ha dicho recientemente:
“No existe un matrimonio saludable ni familia saludable sin el ejercicio del perdón. El perdón es vital para nuestra salud emocional y sobrevivencia espiritual. Sin perdón la familia se convierte en un escenario de conflictos y un bastión de agravios. Sin el perdón la familia se enferma. El perdón es la esterilización del alma, la limpieza de la mente y la liberación del corazón. Quien no perdona no tiene paz del alma ni comunión con Dios. Es por eso que la familia tiene que ser un lugar de vida y no de muerte; territorio de curación y no de enfermedad; etapa de perdón y no de culpa. El perdón trae alegría donde un dolor produjo tristeza; y curación, donde el dolor ha causado enfermedad.”
Veamos algunos fragmentos de la la Parábola del Hijo Pródigo ( Lc 15, 11-31):
“….. Me levantaré, me pondré en camino adonde está mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo….; trátame como a uno de tus jornaleros…..
Y cuando aún estaba lejos, lo vio su padre, y se le conmovieron las entrañas, y, echando a correr, se le echó al cuello, y le cubrió de besos. ….. Y el hijo le dijo: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti, ya no merezco llamarme hijo tuyo. …Pero el padre dijo a sus criados: Sacad enseguida la mejor túnica y vestídsela; y poned un anillo en su mano, y sandalias en sus pies…. porque este hijo mío estaba muerto y ha revivido; estaba perdido y lo hemos encontrado. Y empezaron a celebrar el banquete”.
El mensaje fundamental contenido en este texto es: Dios perdona, Dios es amor. Observamos como el verdadero protagonista de la parábola es el padre.
Por eso, esta parábola, en lugar de conocerse como “La parábola del hijo pródigo”, debía conocerse como la “La parábola del padre” según José María Cabodevilla en su libro “El padre del hijo pródigo”.
Vemos la inmensa alegría del padre al regreso del hijo. El padre ha olvidado el dolor que le causó la partida de su hijo. Este ha sido recibido amorosamente por su padre. Jesús nos explica con esta parábola cómo es Dios. .
El oficio de Dios es perdonar. Dios es amor, pero la forma concreta y habitual característica de este amor es la misericordia. Esta es la virtud propia de Dios.
Todos en nuestras familias debemos intentarnos compenetrar con EL, con su persona y tratar de asumir su papel.
El nos recibe, nos perdona, nos acoge. Su misericordia es ilimitada, inagotable e insondable. Pero el perdón de Dios está sujeto a una condición: “Si no perdonáis a los demás, tampoco vuestro padre perdonará vuestros pecados” (Mt 6,15).
El perdón que recibimos de Dios está condicionado por el perdón que nosotros otorgamos.
En nuestra familia debemos imitar al Padre. El debe ser nuestro ideal de vida y nuestro modelo de identificación en nuestra vocación de padres. Asimilando su compasión y generosidad hacia nuestros hijos cuando nos toque perdonar, siendo misericordiosos con ellos como El es misericordioso.
El amor a nuestras familias es la piedra de toque de nuestro amor a Dios.
El amor de Dios debe ser a la vez modelo y fundamento de nuestro amor, así como su perdón debe ser el modelo y el fundamento de nuestro perdón.
Si perdonamos en nuestras familias damos testimonio de un Dios que perdona, damos fe de un Dios que ejerce la misericordia.
Cuando haya ofensas en nuestras familias hagamos como nos dice Jesús en la “parábola del Padre”:
“….lo vio su padre, y se le conmovieron las entrañas, y, echando a correr, se le echó al cuello, y le cubrió de besos” ( Lc 15, 20)