¡Me encanta abrazar y que me abracen! Es algo que siempre me ha hecho sentir muy bien.
Cuando mis hijas eran pequeñas les encantaba que las abrazara y acariciara, y esos momentos que compartíamos, a pesar de que se hacen mayores, todavía los seguimos teniendo.
¿Me das un abrazo de los tuyos, mamá?
Hay veces que se demandan los abrazos porque se necesita seguridad, dar motivos de esperanza, consolar o simplemente porque necesitamos sentirnos queridos….
El Papa Francisco, al convocar el año de la Misericordia, nos dijo “es necesaria una revolución de la ternura”.
Vivimos en una época necesitada de ternura en la que nos debemos de conmover ante tanto sufrimiento.
Es tan importante el abrazo físico como el “espiritual”. Este último es el que damos cuando acogemos, acompañamos y nos compadecemos con alguien que sufre.
Con cada gesto y palabra que tengamos hacia el otro debemos reflejar la ternura de Dios.
Ese abrazo se puede dar con la escucha, la mirada, la sonrisa, incluso en los silencios también se abraza.
He experimentado que cuando lo hacemos, recibimos mucho más y se consigue neutralizar tanta violencia y agresividad que hay en el mundo.
La mirada de Jesús tuvo que expresar una gran ternura, miraba con compasión y perdonaba así como se alegraba con quien estaba alegre. Eso hacía que le siguiera tanta gente.
¿Y qué decir de la ternura de María?
Ese gran amor de esposa, de madre, de amiga que se respiraba en torno suyo, estaba entretejido con mil y un detalles. Así demostraba en cada momento su amor hacia los demás.
Hay un Himno que dice “Y vio Dios que era hermosa la ternura y Madre la llamó desde el principio con un sabor a miel en cada letra.”
Señor, te pido la gracia de ser cercana a las necesidades de los demás.