Hace 20 años se estrenó una de las películas brasileñas más internacionales. Con 36 premios y otras 21 nominaciones, “Estación Central de Brasil” (1998) se ha hecho un hueco en la historia del cine por méritos propios: Oso de Oro en Berlín, Globo de Oro al mejor filme en habla no inglesa, dos nominaciones a los Oscar…
Walter Salles (Río de Janeiro, 1956) es el director de la cinta y quien aportó la idea que dio origen al magnífico guión. La acción comienza en la principal estación ferroviaria de Río de Janeiro. Allí, entre el bullicio de la gente que sube o baja del tren, Dora ‑excelente Fernanda Montenegro, nominada al Oscar‑ escribe cartas a personas analfabetas. Profesora ya jubilada, consigue con este trabajo unos reales que añadir a su exigua pensión y aumentar así su capacidad de… consumismo. Porque, digámoslo ya, Dora parece pobre pero su corazón se ha aburguesado. Esos clientes, que ponen el alma en las frases que le dictan, no son capaces de conmover su endurecido corazón; para ella la gente es masa: ha logrado hacerse insensible al sufrimiento personal que hay detrás de cada historia.
Pero el «destino» le ofrece a la oportunidad de redimirse: Josué (Vinicius de Oliveira), un chico de nueve años que ha perdido a su madre, vive con la ilusión de encontrar a su padre, que reside en un lejano pueblo del Nordeste de Brasil; por diversas circunstancias Dora le acompañará en esa larga aventura, que significará para ella una verdadera conversión del corazón.
Pienso que aquí radica la fuerza de la película: en su capacidad para plasmar, a través de unas cuidadas imágenes y unos sencillos diálogos, el poder redentor de las relaciones humanas. Y Salles lo consigue recogiendo con su cámara diversas realidades de un Brasil menos conocido, bien alejado de los ambientes carnavalescos y frívolos que a veces distorsionan la visión de su querido país.
Salles huye de la frialdad de cierto cine social y dota a su película de una particular emotividad. A ello contribuye una exquisita puesta en escena y la sensibilidad del director para llenar de simbolismo diversos objetos: la peonza de Josué, como recuerdo del padre; la gastada barra de labios, como nostalgia de una belleza interior perdida; la televisión, como anestésico de las conciencias… Otra clave de la película hay que buscarla en la prodigiosa interpretación de Fernanda Montenegro, que hace lucir al pequeño Vinicius de Oliveira.
“Estación Central de Brasil” realza el significado de palabras como ternura, piedad, amistad o tolerancia, y de paso nos recuerda que no es preciso irse muy lejos para practicar la solidaridad: basta mirar ‘al de al lado’.
Juan Jesús de Cózar