Ella llegó a la cita que teníamos y cuando me disponía a escuchar su problema, le sonó la alarma del móvil.
“Perdona, Beatriz, pero es que tengo la alarma siempre puesta a las 12, la hora del Ángelus, ¿te parece que lo recemos?”
No había otra forma mejor de empezar la acogida sino con el rezo del Ángelus….
Esa preciosa oración sirvió para ponerme rápidamente en presencia de Dios; para pedirle “que pusiera en mis labios las palabras adecuadas para poder ayudarla”.
Hubo una conexión rápida, la mejor, un encuentro de dos personas que rezan juntas y que se sienten queridas por un mismo Padre.
¡Qué poder tiene la oración!, ¿verdad?
La iniciativa la tiene Dios, que nos ama y sale a nuestro encuentro, tiene “sed de nuestro amor”. Entonces dejémonos amar por Él mediante la oración.
Como decía Santa Teresa “todo el edificio de la oración se basa en la humildad”. Seamos conscientes de que nada podemos sin Él.
¿No habéis experimentado que rezando nos transformamos en nuestro interior, conocemos y amamos más a Dios?
Y cuando pedimos unos por otros sentimos que se producen auténticos “milagros”, aunque haya gente que no crea en ellos…
Pero tenemos que ser perseverantes, así Dios nos concederá esta gracia si la pedimos con confianza y si estamos totalmente decididos y convencidos de poner todo de nuestra parte.
Todos los santos han hecho oración. Nos decía San Juan de la Cruz “El que huye de la oración, huye de todo lo que es bueno”.
Si aprendemos a dar nuestro tiempo a Dios, seremos capaces de desarrollar nuestra afectividad y sensibilidad, entonces la relación con el otro será más verdadera, comprenderemos mejor su sufrimiento y estaremos más capacitados para ayudarle con una actitud fraternal.