Ya hemos visto algunos elementos en el domingo anterior, continuamos hoy meditando sobre el oficio de proclamar las lecturas y la importancia de la Lectura del Santo Evangelio y del Salmo Responsorial.
El lector
Según la tradición, el oficio de proclamar las lecturas no es presidencial, sino ministerial. Así pues, las lecturas las proclama el lector, pero el Evangelio, el diácono, y, en ausencia de éste, lo ha de anunciar otro sacerdote. El lector es instituido para proclamar las lecturas de la sagrada Escritura, excepto el Evangelio. El lector tiene un ministerio propio en la celebración eucarística, ministerio que debe ejercer por sí mismo.
Si falta un lector instituido, desígnense otros laicos para proclamar las lecturas de la sagrada Escritura, con tal que sean verdaderamente idóneos para desempeñar este oficio y estén esmeradamente formados, de modo que los fieles, al escuchar las lecturas divinas, conciban en su corazón un suave y vivo amor a la sagrada Escritura.
Después de cada lectura, el que lee pronuncia la aclamación: “Palabra de Dios”. Ojo es una aclamación no una explicación. No se dice “Es Palabra de Dios” ni otra fórmula análoga. Con su respuesta: “Te alabamos, Señor”, el pueblo congregado rinde homenaje a la palabra de Dios acogida con fe y gratitud.
El Evangelio
La proclamación del Evangelio constituye la culminación de la liturgia de la palabra. La misma Liturgia enseña que se le debe tributar suma veneración, ya que la distingue por encima de las otras lecturas con especiales muestras de honor, sea por razón del ministro encargado de anunciarlo y por la bendición u oración con que se dispone a hacerlo, sea por parte de los fieles, que con sus aclamaciones reconocen y profesan la presencia de Cristo que les habla, y escuchan la lectura puestos en pie; sea, finalmente, por las mismas muestras de veneración que se tributan al Evangeliario que es el libro que contiene los textos de los evangelios que se proclaman durante la Misa.
Salmo responsorial
Después de la primera lectura, sigue el salmo responsorial, que es parte integrante de la liturgia de la palabra y goza de una gran importancia litúrgica y pastoral, ya que favorece la meditación de la palabra de Dios. El salmo responsorial ha de responder a cada lectura y ha de tomarse, por lo general, del Leccionario.
Se ha de procurar que se cante el salmo responsorial íntegramente o, al menos, la respuesta que corresponde al pueblo. El salmista o cantor del salmo proclama sus estrofas desde el ambón o desde otro sitio oportuno, mientras toda la asamblea escucha sentada y participa además con su respuesta. Si el salmo no puede cantarse, se recita según el modo que más favorezca la meditación de la palabra de Dios.
Al salmista corresponde proclamar el salmo u otro canto bíblico interleccional. Para cumplir bien con este oficio, es preciso que el salmista posea el arte de salmodiar y tenga dotes de buena dicción y clara pronunciación.
La aclamación que precede a la lectura del Evangelio
Después de la lectura que precede inmediatamente al Evangelio, se canta el Aleluya, u otro canto establecido, según las exigencias del tiempo litúrgico. Esta aclamación constituye de por sí un rito o un acto con el que la asamblea de los fieles acoge y saluda al Señor que les va a hablar en el Evangelio, y profesa su fe con el canto.