De algún modo, y como dice el Evangelio, somos espectáculo para el mundo. Nuestra conducta se puede convertir —debería hacerlo— en objeto de reflexión, de enseñanza. Una de estas mañanas de agosto, ante un escenario único, paisaje y piscina incluidos, enmarcado en la bellísima sierra norte sevillana, un niño acampado rectificó a su profesor cuando le recordaba cuántos minutos debía aguardar para introducirse en el agua. Me sorprendió ver cómo a los diez que le impuso por su inapropiado comportamiento, sin temblarle el pulso él mismo pidió que añadiera cinco más porque la jornada anterior tampoco se había portado bien.
El chapoteo de sus compañeros, el entrar y salir de la piscina, el bullicio creado en ese momento delicioso del día, era como una preciada golosina que le urgía a zambullirse uniéndose cuánto antes a los juegos comunes. Sin embargo la inquietud de este pequeño, que apenas supera los diez años, no traicionó a su conciencia y sostuvo con voluntad de hierro la lógica impaciencia comprensible a esta edad, aunque esos minutos le parecieran eternos.
No es baladí. Nos hallamos en una sociedad que ha ido desdibujando la responsabilidad ante los propios actos restándoles importancia; que ha trocado el auténtico sentido de la comprensión convirtiéndola en inútil moneda de cambio al considerar que todo es admisible. Este niño no actuó con malicia; por el contrario, con gran inocencia desnudaba su interior mostrando esa sabiduría que no da este mundo. Restando el tiempo de juegos, sumaba virtud; adquiría fortaleza para seguir superando sus debilidades. Lo ignoraba, pero estaba dando una gran lección. Había aprendido muy bien el modelo que sus profesores de campamento le transmitieron. Porque en Juventud Idente, fundación a la que pertenece, ese referente en el que mirarse es Cristo como persona con innegable trascendencia en la historia de la Humanidad. Y la veracidad, la honestidad, el honor, la dignidad, el respeto, la generosidad, la colegialidad son valores, entre otros, que se les enseñan; pautas de actuación que niños y jóvenes reciben para vivirlas cada día.
Todo hecho consumado es irreversible. De modo que solo cabe mirar adelante reconociendo el error y asumiendo las consecuencias. Muchas veces los niños son espejo en el que mirarse; una muestra de la belleza del alma humana que no tiene parangón.