Agustín García Rodero es ingeniero Técnico Industrial. Director del Área de Servicios al Alumnado de la Fundación San Pablo Andalucía CEU y secretario académico del Colegio CEU Sevilla. Consiliario Segundo de la Hermandad del Stmo. Cristo del Amor
¿Se puede vivir una fe madura en el seno de las hermandades? Esta cuestión está plenamente superada a poco que se conozca la realidad de la religiosidad popular sevillana. De ello dan fe un sinfín de hombres y mujeres que son incapaces de disociar su relación con Dios de sus vivencias cofrades. Uno de ellos es Agustín García, Agustín ‘el del Amor’.
“Alguien me dedicó cinco minutos, el tiempo suficiente para que me cambiara la vida”
Su vida está íntimamente ligada a la corporación de la Colegial del Salvador, que este año celebra el IV Centenario de su Fusión. A los tres años entró a formar parte de la nómina de nazarenos de blanco que abren la Carrera Oficial, “una ilusión que revivo en mi memoria cada Domingo de Ramos”. Pero la hermandad no entra de forma definitiva en las rutinas de Agustín hasta su mayoría de edad, cuando recibe una carta del entonces diputado de Juventud, invitándole a un mayor compromiso con la hermandad y la Iglesia. Recuerda que “alguien me dedicó cinco minutos, el tiempo suficiente para que me cambiara la vida”.
Hasta hoy, esos cinco minutos se han convertido en una norma de conducta: “estoy aquí para dedicar muchos cinco minutos a mucha gente, no sé el bien que puedo causar, pero en mi caso –añade- esa parada, esa escucha, resultó trascendental”.
Aquel grupo joven de la Hermandad del Amor tuvo un aliado incondicional en la persona del entonces párroco, el recordado Manuel del Trigo, “un hombre siempre disponible, que confió en aquellos muchachos la organización de las “catequesis parroquiales” (subraya esto último).
“La religiosidad popular es una de las grandes esperanzas de la Iglesia”
Para Agustín García, el debate sobre la eclesialidad de las hermandades tiene menos recorrido. Aclara que “hay aspectos que conviene purificar” y está convencido de que “la religiosidad popular es una de las grandes esperanzas de la Iglesia”. Afirma que hay que “cuidarla, evangelizarla”, con el mismo énfasis con el que sostiene que “las hermandades llegan donde otras instancias eclesiales no han conseguido entrar”. “Mire, por ejemplo, cuántos seminaristas proceden directamente del ámbito cofrade”, subraya.
Su compromiso le llevó a colaborar con la Delegación Diocesana y el Consejo de Hermandades en tareas formativas, “una labor que ha dado frutos y de la que se beneficiaron muchísimas personas”. Ahora mira con cierta satisfacción al pasado, con la misma con la que relata la relación que sus hijas han contraído con la hermandad, con sus tradiciones, con la Iglesia. Ellas ya experimentaron hace tiempo que Dios “no es otra cosa que Amor, con mayúsculas”.