Querido Rafa:
No pude conocerte en la tierra, aunque lo intenté. Como tantas personas, en 2016 quedé apresada por la hermosura de un pregón que parecía provenir de esos ángeles que tienen la gracia de transportarnos al auténtico cielo. Se intuía la poderosa presencia de un fidedigno hijo de Dios y de María, un heraldo del evangelio capaz de suscitar la llamada a la conversión, a la santidad. Tanta riqueza debía ser compartida y coincidió la visita de nuestros superiores quienes mostraron de inmediato su deseo de contar con una grabación que querían llevar a los cuatro continentes donde los misioneros identes tenemos fundaciones para que pudiesen participar de ella.
Un taxista, que hasta ahí llevamos tu presencia, habló maravillosamente de ti, como no podía ser menos, y quedó abierta la puerta para iniciar contacto contigo a través de una red social. ¡Cómo no haber pensado que ya superabas entonces todos los amigos posibles…! ¡Cómo no imaginar que alguien como tú superaba con creces esa acotación tan simple y fría cuando tus amigos y seguidores eran ya legión! Y aún así, te trasladé en nombre de nuestros superiores y de esta comunidad idente sevillana cuánto nos hubiera gustado mantener un encuentro contigo en un mensaje que seguro no llegarías a ver. Ignorábamos que ya entonces lidiabas con esa enfermedad que te ha apartado de los tuyos, y es que el Padre tenía urgencia por llevarte con él.
Pero el gozo y la esperanza, como bien sabes, no se visten de mortaja, y esos han sido, entre otros, tus atavíos desde que naciste hasta el final. Querubines y serafines seguro alumbraron tu cuna como tú iluminaste los corazones de todos los sevillanos con un decir tanto y tan hondo en ese puñado de instantes en los que se detiene el pulso y el aire se enciende con una emoción difícil, por no decir imposible, de transmitir por ningún medio. Tus palabras mostraron al mundo entero la belleza insondable de una oración convertida en poesía y desgranada en esa garganta de oro que Dios te dio para que fueses un día su público juglar, un trovador y apóstol mensajero suyo, aunque los tuyos y tus numerosos amigos sabían de tu previa caridad y autenticidad fruto de un edificante y generoso compromiso que no pudo quebrar más que este tránsito que tan pronto ha segado tu vida terrena.
El Señor del Gran Poder, la Macarena, Redención, Rocío de Sevilla, Nieves… y todos los Cristos y Vírgenes a los que revestiste con emocionado grito de amor en ese pregón que era el trasluz de tu vida —susurros de indecible ternura, y el collar de tus dolores que ellos acogían— te acompañaron al cielo donde ahora vives.
Esta Sevilla que humanamente te llora sin poder ocultar su pena para decirte adiós ha querido adelantar su primavera perfumada por un temprano azahar y el incienso que se anticipa a esa Semana Santa que llevabas en tus venas. Aquí queda una inmensa gratitud por tu vida, la certeza de haber tenido cerca a un fiel hijo de Dios que ha llevado la dolorosa enfermedad con dignidad, gallardía, y esa fe que es el único alimento capaz de sostener al que soporta tal calvario. Perdona mi osadía al dirigirme a ese gran poeta y compositor que fuiste, pero no he podido sustraerme al anhelo de que estas pálidas palabras que te dirijo te lleguen, ahora sí, al seno del Padre desde el que junto a Él nos contemplas. Un gran abrazo, querido hermano, y gracias por haber nacido para amar, para dar consuelo, y para dejar una estela imborrable en lo más recóndito del corazón, estela que, tras tu partida, ha comenzado a agigantarse.
Foto: Miguel Ángel Osuna