La pesca había sido abundante pero algunos peces pujantes de vida buscaban los orificios de la red para escapar de su más que segura muerte. El agua dulce y espesa de un mar en calma se reflejaba en las pupilas de dos inquietos hermanos que pacientemente iban liberando las piezas que se habían cobrado. Un día más, aparentemente como otro cualquiera. El sol reverberaba en las navajas y agujas que habían dejado preparadas junto al hilo que precisaban para seguir aplicando el oficio aprendido de su padre: remendar las redes, una tarea a la que se iban a dedicar esa tarde…
En otro lugar, el tintineo de las monedas que iban amontonándose en una bolsa de tela rompían la monotonía de un trabajo reprobado. No era fácil enfrentarse al enjambre de críticas y maldiciones, generalmente musitadas en voz muy queda, que cada jornada le salían al paso… Al menos tenía un oficio, pero su reconocimiento social iba quedando sepultado entre las sombras…
Un árbol para el descanso en frondoso sendero y el aire purificando los pulmones mientras el silencio abrazaba un cuerpo exhausto… Un momento del día añorado, aventando problemas y dificultades… Un espacio para sí. La soledad flotando en un corazón sin dueño…
Cada espacio, débil frontera de una vida que se escapa, tenía su propio nombre: Pedro, Juan, Mateo, Felipe… Pero podía haber sido cualquiera. Porque de repente, en ese lugar donde cada uno acampa sus dudas y esperanzas brota el agua viva. Y un “sígueme” rasga el aire como el trueno yendo a quebrar las fibras de un alma que de repente se desnuda. Haces de fuego, una luz que atravesando el infinito destrona al vacío, pone al descubierto lo inútil y vanal de un esfuerzo que a nada conduce… Trae consigo nueva brújula, una página en blanco y la determinación a no volver jamás la vista atrás… Tiene su hora exacta. Esa que nunca se olvida.
Eso es un Motus Christi. Dejar que Cristo penetre con su llama el corazón. Admitir que cuenta con nosotros, dejarse inundar por la sorpresa, abandonar prejuicios, orar, reír y llorar, reconocer que tenemos un Padre común al que nuestro divino Hermano nos conduce, saber que a partir de ese momento hemos hallado la perla preciosa por la que estamos dispuestos a entregarlo todo, sin miedo, sin concesiones, pertrechados por la fe y la esperanza sabedores de que el Espíritu Santo nos llena con su amor.
Un Motus Christi cambia la vida. Porque todo encuentro con Cristo, ese movimiento interior al que nos induce modifica radicalmente la existencia. Lo saben bien quienes, como los apóstoles, se dejaron arrastrar por Él. Lo que se recibe gratis, se da gratis. Así lo indica el evangelio.
En los años 50 un intrépido y joven religioso, que aún ignoraba que sería fundador de los misioneros identes, Fernando Rielo, puso en marcha en tierras leonesas el Motus Christi. Hoy sus hijos espirituales en este tiempo de pandemia lo han lanzado a los cuatro vientos. Y de todos los continentes semanalmente son centenares de jóvenes y de adultos los que fieles a la cita del fin de semana (sábado para jóvenes y domingo para adultos) se conectan a través de las redes sociales y comparten su fe. El esquema, sencillo, adaptado a la situación del momento, deja ungidos los corazones de todos. Una lección, un testimonio de conversión, una breve oración dan paso al toque carismático, esos instantes en los que libremente se exponen los sentimientos que ha suscitado, lo que más ha llamado la atención espiritualmente a cada uno. Al final el rezo común del Padrenuestro y la bendición de un sacerdote.
Cristo nos aguarda y nos llama en cualquier circunstancia: a la vera del mar, en el trabajo, en un momento de solaz descanso… Que toque nuestra puerta significa gracia, bendición, llamada al cambio, entrada en un mundo fascinante, dar el verdadero sentido a una existencia creada para lo máximo, huyendo de mediocridades…
Pon un Motus Christi en tu quehacer. ¡No te arrepentirás!
Isabel Orellana Vilches