Hace un mes de la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ) de Panamá. Fueron pocos los europeos y los españoles que pudieron participar, por la fecha y por el coste del viaje. Con el grupo de la Conferencia Episcopal participó uno de los voluntarios de la Pastoral Juvenil de la Archidiócesis, Juan Miguel Gómez. Él ha querido compartir su experiencia en Siempre Adelante.
Uno de los mayores regalos de mi vida lo recibí hace exactamente un mes. Fue el poder vivir la Jornada Mundial de la Juventud en Panamá a la que el Papa Francisco nos convocó, junto a miles de jóvenes católicos de todo el mundo. Sí, fue un gran regalo del Señor, que fue posible también gracias a unos «ángeles» aquí en la tierra.
No fue fácil conseguir ir a Panamá, como en la vida, todo lo que merece la pena, cuesta trabajo conseguirlo pero hay que luchar por ello si realmente lo quieres lograr.
Panamá es un país que se encuentra en el continente americano, bastante lejos de nosotros y eran muchas las dificultades que se nos presentaban, en pleno mes de enero, sin vacaciones, teníamos que ahorrar mucho dinero para poder pagar el viaje y muchas otras cosas más, pero Dios hizo que nada de eso fuera problema, y el pasado 21 de enero, con el corazón lleno de alegría, llegamos a Panamá.
Allí conocimos lo que era el amar y entregarte al otro sin conocerle: los panameños nos abrieron sus corazones y sus casas para vivir intensamente esta experiencia única. Especialmente quiero recordar a Darcy, nuestra madre que acogida, que nos abrió al padre Manuel Jiménez y a mí las puertas de su casa, que con tanto cariño nos preparaba cada comida, que tanto nos cuidó cada día, que se esmeró en que lo conociéramos todo sobre su país y su cultura y que dio para los jóvenes que en nombre del Señor iban a su casa, lo mejor que tenía.
Recuerdo con cariño cuando uno de los días íbamos caminando y cantando por las calles de Panamá y un señor nos paró y nos dijo: “Gracias por traer La Luz a Panamá”. Yo en ese momento sonreí, y he de reconocer que se me escapó una pequeña lágrima de alegría, y pensé: nosotros los jóvenes somos portadores de la Esperanza y de la alegría, pero la verdadera luz que nos hace actuar así es la de Cristo. Sentí en ese momento que mi misión en Panamá se había cumplido solo con que una persona se viera reconfortada con nuestra presencia en este bello lugar del mundo.
Pero era mucho más lo que Dios nos tenía preparado; cada día nos regalaba algo mejor que el anterior.El día que el Papa Francisco Llegó a Panamá pudimos verlo muy de cerca y pedirle por las intenciones que cada uno de nosotros llevábamos en nuestro corazón.
Recuerdo con cariño el momento del Via Crucis. El Papa relató “el Via Crucis” que sufre este mundo en el siglo veintiuno: egos, envidias, la pobreza, el racismo, el aborto, la poca empatía hacia los demás… Pero el Papa también nos dio las claves para poder poner solución a los males que hoy sufre nuestro mundo. Como bien dijo Don Bosco: «Tenemos que ser buenos Cristianos y honrados ciudadanos». Jóvenes con valores firmes, convencidos de que queremos y podemos cambiar el mundo con nuestro trabajo y así poder dar ejemplo a más jóvenes que comprendan que actuando con valores, corazón y siguiendo el Evangelio podemos ser la palanca de cambio para que nuestro mundo comience a ser mejor.
Recuerdo con mucha emoción también el momento en el que Cristo se hizo presente en la Eucaristía en el Campo San Juan Pablo Segundo de Panamá, ante miles y miles de jóvenes de todos los rincones del mundo. Fue estremecedor el silencio tan Grande y respetuoso que se hizo en ese lugar donde habían tantísimas personas y resuena aún en mi mente una de las canciones que el coro de la JMJ cantó y que como una bonita poesía decía:
Señor, toma mi vida nueva
Antes de que la espera
Desgaste años en mi
Estoy dispuesto a lo que quieras
No importa lo que sea
Tu, llámame a servir
Llévame donde los hombres necesiten tus palabras
Donde necesiten tus ganas de vivir
Llévame donde falte la esperanza
Y donde falte la alegría
Simplemente, porque no saben de ti.
Estaré eternamente agradecido por haber podido vivir esta Jornada Mundial de la Juventud histórica, que recordaremos porque un país tan pequeño y humilde como Panamá superó todas las dificultades que pudo tener en el camino y se convirtió en la capital mundial de la juventud por unos días. Desde ahora, ninguna persona que se crea pequeña o débil podrá decir que no puede lograr algo en su vida, solo hay que ponerle ganas, muchas ganas, sabiendo que con la ayuda del Señor, todo es posible.
También le quiero dar las gracias a la Virgen María, porque ella nos cuidó y nos protegió en este viaje como la buena Madre que es, e intercedió por todas las personas que rezaron por nosotros.
Y un último Gracias a Dios, por permitirme cada día intentar dar ejemplo con mi vida y ser luz que encienda los corazones de otros jóvenes, para que cada día lo amemos más y más.
Como dijo María, siguiendo el lema de la JMJ de Panamá: «He aquí la sierva del señor, he aquí el siervo del Señor, hágase en mí según tú palabra».
Juan Miguel Gómez
Equipo Pastoral Juvenil Diócesis de Sevilla