Acabo de llegar de un Campo de Trabajo en Melilla. Al abrir mi maleta me voy encontrado con muchas cosas que me he traído, y que están en mi corazón,: los niños, las mujeres, la valla, Nador, el CETI, la acogida, la interculturalidad, la comunidad …Melilla.
Los niños de la calle, sí, aparecen en las calles porque sus padres, después de pasar la frontera, los deja para que “tengan una vida mejor”. La policía, si los ve o alguien avisa, los lleva a los distintos centros de menores. La población en estos centros es elevada. Allí estarán hasta los 18 años. ¿Luego? Para muchos muy difícil porque la mayoría no tienen a nadie o nadie se puede hacer cargo de ellos.
Lo que quizás me ha llamado más la atención es la figura de la mujer: la vestimenta, la sumisión al marido, el ocupar siempre un segundo lugar, no poder estudiar porque lo suyo es la casa, los hijos.
La valla, que tantas veces he visto en la TV, al tocarla tan de cerca una se pregunta cómo es posible que puedan intentar saltarla. Conocí a unos chicos, en Marruecos, con las piernas escayoladas y otro con el pie cortado por intento de saltar la valla. Y siguen con el deseo de intentarlo de nuevo.
Nador, un pueblo fronterizo con Melilla, donde la Iglesia, con tres pequeñas comunidades religiosas, están presente ayudando en condiciones muy difíciles. La población es en su totalidad musulmana. Ellos ¡están! Con una preciosa presencia de ayudar, de acoger, de hacerse uno con ellos.
El CETI (Centro de estancia transitoria al inmigrante). Ahora están algo más de 600 pero pueden de pronto convertirse en más de 2.000. Allí nos encontramos de todo: familias completas, adultos, jóvenes, niños… de los más diversos lugares. Se les da atención el tiempo que puedan estar. Está cerquita de la valla y del Monte Gurugú.
Melilla es una ciudad donde con un gran respeto conviven cuatro culturas: la cristiana, la judía, la hindú y la musulmana, que es la población mayoritaria.
Trece religiosos de siete comunidades distintas, nos embarcamos en esta aventura de tocar esta realidad del mundo de los refugiados y de los emigrantes. La experiencia superó todas las expectativas. Sabíamos que íbamos y algo más, pero la realidad nos fue hablando con mucha fuerza. Todo ha sido un don, con un antes y un después de Melilla. Ahora viene lo decisivo. Hemos visto, hemos trabajado con niños y jóvenes y en el CETI. Hemos convivido la misma experiencia personas que nunca nos habíamos visto, pero que había algo muy común: el deseo de ir allí, donde el Papa Francisco nos ha indicado: las fronteras del dolor y de la exclusión. Ha sido todo un regalo. Hay un deseo grande de que esto no se quede en una experiencia de unos días. ¡Se seguirá como Dios nos vaya indicando!