Tan lejos, tan cerca…
Uno podría preguntarse por qué abundan últimamente determinado tipo de películasde ciencia-ficción. Me refiero a esos títulos que, aprovechando el atractivo de ese género cinematográfico, cuestionan a la audiencia sobre el sentido de la vida ,sobre aquellas metas hacia las que vale la pena dirigir el esfuerzo humano.“Gravity” (2013), “Interestelar” (2014), “Marte” (2015), “La llegada” (2016), “Blade Runner 2049” (2017)… Y ahora “Ad Astra”, en cartelera desde el pasado 20 de septiembre.
Mientras el lector sopesa las posibles respuestas, reseñaremos la nueva cinta del neoyorquino James Gray, un director al que gusta indagar sobre los contrastes de la condición humana: esperanzas y frustraciones, aspiraciones y realismo, el trabajo que encumbra y la familia que espera.“Ad Astra” es uno de esos filmes que muestran lo buen actor que es Brad Pitt.
Lejos de sus interpretaciones más físicas y más en la línea de su papel en “El árbol de la vida” (Terrence Malick, 2011), Pitt se mete en la piel del competente astronauta Roy McBride, que recibe la misión de contactar con su padre, un legendario científico obsesionado con la búsqueda de vida inteligente en otros planetas y que se encuentra “desaparecido”. Estamos en un futuro lejano, donde son corrientes los viajes comerciales a la luna y han proliferado los “piratas lunares”; incluso hay una estación permanente en Marte; y años atrás se puso en marcha un programa de investigación en Neptuno, liderado precisamente por Clifford McBride (Tommy Lee Jones), el padre de Roy.
Con un presupuesto de más de 90 millones de dólares, Gray y su equipo han diseñado un espectacular mundo futurista, pero con una estética clásica y atemporal para evitar las distracciones de imaginativas y avanzadas tecnologías. Brillan mucho los trabajos de Kevin Thompson, como director de producción, y de Hoyte Van Hoytema, como responsable de la fotografía.Menos convincente parece la música de Max Richter, meritoria pero algo fría.
De modo que en“Ad Astra” quizá haya“más caldo que sustancia”; un cierto desequilibrio entre los elementos estéticos (la belleza de las imágenes, la pericia de las tomas, las escenas de tensión…) y los dialécticos, y una primacía de lo técnico sobre lo emocional.No obstante, el director y su coguionista, Ethan Gross, han hecho un esfuerzo por centrar la historia en el ser humano: en su soledad, en su pequeñez…, pero también en su trascendencia, en su referencia a Dios, en su capacidad para rectificar y para redescubrir las cosas cercanas y sencillas (pero importantes) de la vida.“Viviré y amaré”, afirma el protagonista en un determinado momento: una aspiración optimista que constituye el mejor “programa espacial”.
Juan Jesús de Cózar