Fui visitar a Lola, una conocida a la que tengo sincero aprecio.
Lo de los whatsapp o las llamadas telefónicas están muy bien para dar una razón, pero no suple el dedicar tiempo a una persona y charlar bis a bis de lo que surja.
Total, que conversamos de todo un poco, de salud, de recetas, de manualidades, de artesanía, de compras…
Y mientras me enseñaba los productos que tenía metidos en su cibercesta, -porque esto del covid nos ha espabilado a todos con las nuevas tecnologías- para tenerlos ya buscados e ir comprándolos cuando pudiera, comentó de pasada, “esto un cuadrito, esto unas lanas…, esto unas cartas del tarot, esto…”.
¡¿Unas cartas del tarot?!
Por definición nunca hablo ni de política ni de religión, pero me sentí en la obligación moral de sacar el tema y advertir a mi anfitriona que los cristianos no creemos en esas cosas, que ponemos toda nuestra confianza en el Señor. Y que, además, no sabemos a qué puertas estamos llamando con eso.
Lo sorprendente era que Lola no consideraba que tuviera nada que ver lo uno con lo otro porque ella echaba las cartas en privado, sólo algunas veces, a quien quería y sin cobrar. Que no era como la ouija.
Al hilo de este hecho, reflexionaba yo que cómo es que hemos podido llegar a que el pueblo cristiano no tenga claro temas tan elementales como el de este caso.
La Biblia prohíbe severamente practicar la adivinación (Lev 19, 26; Dt 18, 9-14).
El futuro está en manos de la Providencia
Aunque Dios puede revelar el porvenir a sus profetas o a algún santo, la actitud que debemos observar los cristianos respecto del futuro es entregarnos con confianza en las manos de la providencia. Y abandonar toda curiosidad malsana al respecto (si me va a ir bien con fulanito, si a mi hijo le va a salir un trabajo bueno, si…).
Estas preocupaciones se las podemos plantear directamente a Dios.
Para hablar con Él tenemos la oración, ponernos delante de su presencia y preguntarle qué quiere de nosotros, qué podemos hacer por Él, cómo obrar en tal circunstancia…
Y Él, irá guiando nuestros pasos, abriendo unas puertas y cerrando otras, e irá guiándonos por el camino que tiene preparado para cada cual. Sabiendo que Él nos quiere, debemos rechazar toda forma de adivinación en base al amoroso respeto que Le debemos.
Practicar o acudir a estas prácticas es un acto de infidelidad a Dios que atenta contra el primer mandamiento: Amar al Señor nuestro Dios sobre todas las cosas, con todo el corazón, con toda el alma, con todas las fuerzas.
Él nos cuida constantemente y va desvelando cada día lo que nos toca vivir.
Y lo que le tocará vivir a otros, se lo irá desvelando a ellos, no a nosotros.
Suspersticiones contrarias a la Fe
Ciertamente, Lola no es muy de Iglesia. Va a misa por los funerales y en alguna que otra ocasión, pero no frecuenta la parroquia.
Eso sí, tiene en su salón un altar montado con diversas imágenes donde destaca un precioso Niño Jesús casi de tamaño natural al que le reza, e incluso recibe en su casa la capillita de Jesús Misericordioso. Quizás sea ella, la Divina Misericordia, la que está obrando para atraerla hacia su Corazón abierto a todos. Y apartarla de esa superstición o creencia, infiltrada como inocua, pero que es contraria a la fe.
Ojalá que esa visita, que se rodeó de improviso y el comentario que suscitó, sea la circunstancia de la que Dios se esté valiendo para alejarla de la confusión y atraerla hacia Sí.
«Oh, Sangre y Agua que brotaste del Sagrado Corazón de Jesús, como una fuente inagotable de misericordia para con nosotros, Jesús, en Ti confío»
IRENE Mª SOTO NOGUERO
LICENCIADA EN CIENCIAS RELIGIOSAS