Finaliza hoy José Antonio Mellado su reflexión sobre la Fratelli Tutti con los últimos capítulos dedicados a la política y las relaciones entre grupos sociales para finalizar con la oración que el propio Francisco propone como guía en el amor.
CAPÍTULO V. LA MEJOR POLÍTICA.
Al comienzo de esta exposición hice mención a la primera encíclica social la Rerum Novarum de León XIII. En aquella época, en plena revolución industrial, el papa intentaba equilibrar las posturas de los dos contendientes del momento: el socialismo naciente que, en aras de una defensa del proletariado propugnaba la eliminación de la propiedad privada, el ateísmo y la lucha de clases; y de otro, el capitalismo que explotaba a los trabajadores y no les ofrecía unas condiciones dignas para favorecer su sustento y el de sus familias. Significativamente el papa Francisco en este capítulo va a hacer una crítica de los dos modelos actuales que a nivel político, económico y social, pelean por su trozo de tarta: los populismos y el neoliberalismo. Los primeros desvirtúan el concepto “pueblo”, lo instrumentalizan poniéndolo al servicio de su modelo ideológico y personal para perpetuarse en el poder. En la otra cara de la moneda, el modelo capitalista liberal genera un entorno en donde el individuo y la sociedad son considerados como una mera suma de intereses que coexisten (nº 163). Bajo el discurso compartido por ambas de la promoción y el enaltecimiento de las libertades, la dos, como apunta el pontífice, tienen en común el desprecio de los débiles. Como vemos nada nuevo bajo el sol.
No obstante una salida es posible, siempre y cuando pase por un cambio en los corazones humanos, en los hábitos y en los estilos de vida. Para ello es necesaria una ingente tarea educativa dado que el mercado no lo resuelve todo, como promueve el neoliberalismo; ni tampoco el Estado, en nombre del pueblo, puede anular a la persona en nombre de su bienestar. Es necesario, pues, “volver a llevar la dignidad humana al centro y que sobre ese pilar se construyan las estructuras sociales alternativas que necesitamos” (nº 168). Un valor esencial, según el pontífice, es el de los movimientos populares que participen en los campos político, social y económico. A estos los designa el Papa con la expresión de “poetas sociales”, dado que son los más capacitados para afianzar una política que en la actualidad trabaja supuestamente para los pobres pero sin los pobres.
Conseguir lo anterior requiere profundas reformas. Principalmente de las grandes organizaciones mundiales y sobre todo de la política. Esta, para que sea una sana política, ha de pensar en el bien común a largo plazo. Ha de integrar a todos y plantearse desde los criterios del amor social, que es mucho más que un sentimiento subjetivo. Según Francisco, una política así se halla unida a un compromiso sin quiebra por la verdad, requiriendo siempre un amor preferencial por los últimos, que nunca deben convertirse, como sucede en la actualidad, en seres domesticados e inofensivos. Desde estos planteamientos, la política no tendrá ya que preguntarse por el número de votos sino por cuanto amor se ha puesto en el trabajo y cuanto se ha hecho avanzar a la sociedad.
CAPÍTULO VI. DIÁLOGO Y AMISTAD SOCIAL.
El diálogo en la sociedad, la política la economía, etc., debe tenerse siempre como la opción primordial e irrenunciable. Su deficiencia actual denota que ninguno de los sectores implicados está preocupado por el bien común sino por los réditos, especialmente de poder o de la imposición de modelos de pensamiento que se obtienen (nº 202).
Francisco hace en este capítulo una reflexión sobre la búsqueda de la verdad como único cauce para el entendimiento cuando hay conflictos. El relativismo no es un camino, sino que deben buscarse ante todo los “fundamentos más sólidos que están detrás de nuestras opciones y también de nuestras leyes” (nº 208). Estos no pueden estar basados en el consenso puesto que “podría suceder quizás que los derechos humanos fundamentales, hoy considerados infranqueables, sean negados por los poderosos de turno, luego de haber logrado el “consenso” de una población adormecida y amedrentada” (nº 209). Tenemos por tanto que aceptar y reconoce la existencia de unos valores universales y permanentes que pertenecen a todos. Fundamentalmente debemos aceptar como universal el hecho de que todo ser humano posee una dignidad inalienable es una verdad que responde a la naturaleza humana más allá de cualquier cambio cultural (nº 213).
Debemos desarrollar una cultura del encuentro en donde se plasma un verdadero placer en reconocer al otro. En ella debemos buscar espacios a una propuesta que, a mi humilde modo de ver, es esencial en nuestras sociedades crispadas: recuperar la amabilidad. Dejo aquí la voz del Papa que lo expresa magistralmente:
El cultivo de la amabilidad no es un detalle menor ni una actitud superficial o burguesa Puesto que supone valoración y respeto, cuando se hace cultura en una sociedad transfigura profundamente el estilo de vida, las relaciones sociales, el modo de debatir y de confrontar ideas.(nº 224).
CAPÍTULO VII. CAMINOS DE REENCUENTRO.
Aborda Francisco en esta sección el difícil problema del dolor que provocan los enfrentamientos y los conflictos sobre todo en relación a las víctimas. ¿Cómo pueden reencontrase las diferentes partes duramente enfrentadas? El Papa abre nuevos caminos a la hora de afrontar estas terribles situaciones que generan dilemas nada fáciles de resolver. Una fundamental es la búsqueda honesta de la verdad de lo sucedido. Dicha verdad es compañera inseparable de la justicia y de la misericordia. Como dice el papa “el pueblo tiene el derecho de saber qué pasó” (nº 226). La búsqueda de la paz ha de ser un camino irrenunciable que no supone ni el olvido ni la venganza. Así para alcanzar la reconciliación debe hacerse de una manera proactiva “formando una nueva sociedad basada en el servicio a los demás, más que en el deseo de dominar”. Tenemos que tener siempre como modelo a Jesucristo que jamás invitó a la violencia o a la intolerancia. No obstante, aclara Francisco, el perdón siempre es una acción personal y nadie debe imponerla al conjunto de toda una sociedad, aun cuando debe ser siempre promovido. En este discurso el pontífice plasma una afirmación que en el cristianismo puede sonar chocante: En todo caso, lo que jamás se debe proponer es el olvido… ya que el perdón no implica olvido (nº 250). El matiz radica en que este “no olvidar” no debe desembocar en una venganza que no resuelve nada, sino que precisamente el perdón es una acción que conlleva una fortaleza moral tal, que es capaz de romper el círculo vicioso que engendra la represalia.
Finalmente el Papa aborda dos temas recurrentes en la Doctrina Social de la Iglesia como es la guerra y la pena de muerte. En esto Francisco no se aparta un ápice de la enseñanza de la Iglesia. La primera es siempre rechazable, nunca es justa y no puede ser aceptada. Incluso en el caso de legítima defensa, ha de ser minuciosamente ponderada pues se puede caer en una interpretación demasiado laxa y favorecer así “ataques preventivos” o justificar acciones ofensivas mayores que el mal que se pretende impedir. Se ha de tener presente siempre a las víctimas que son siempre los grandes perdedores de los conflictos armados. En cuanto a la pena de muerte el Papa propone su abolición en todo el mundo (nº 263) llegando a afirmar algo que está en el sentir colectivo “es imposible imaginar que hoy los Estados no puedan disponer de otro medio que no sea la pena capital para defender la vida de otras personas del agresor injusto” (nº 267). Recuerda Francisco que para un cristiano aceptar cualquier forma de violencia es incompatible con nuestra fe.
CAPÍTULO VIII. LAS RELIGIONES AL SERVICIO DE LA FRATERNIDAD EN EL MUNDO
Concluye la encíclica con una reflexión al aporte que pueden y deben realizar los distintos credos existentes. Me parece algo novedoso en una encíclica el hecho de que el Papa comparta parte de la redacción e ideas, en algunas de sus secciones, con un líder de otra confesión religiosa. A lo largo del texto, el Sumo Pontífice colabora con el Gran Imán Ahmad Al-Tayyeb en la exposición de ideas, afirmaciones y propuestas (nº 5, 29, 136, 192, 285…). Dicha huella se hace reconocible en este capítulo en el que se expone el valioso aporte que pueden hacer las religiones a la sociedad en cuanto todas ellas poseen semillas de la Verdad.
Como colofón y como elemento necesario para una sociedad en la que todos nos podamos percibir y relacionar como hermanos, es necesario añadir un último elemento: la trascendencia. “Si no se reconoce la verdad trascendente, triunfa la fuerza del poder, y cada uno tiende a utilizar hasta el extremo los medios de que dispone para imponer su propio interés o la propia opinión, sin respetar los derechos de los demás” (nº 273). Sin ella se favorece el individualismo. Sociedades con una mente anestesiada en donde encuentran un caldo de cultivo propicio las visiones materialistas y consumistas que ahogan los principios supremos y trascendentes que revalorizan siempre al hombre.
La experiencia de siglos de las grandes religiones y en concreto de la Iglesia, concluye Francisco, debe favorecer un espacio de encuentro y ser un hogar de hogares en el que se dé testimonio común del amor de Dios a su pueblo. Dentro de modelos religiosos basados en estos principios no hay cabida para el terrorismo ni para el fanatismo religioso.
Concluye Francisco su encíclica con una oración del beato Carlos de Foucauld que sintetiza el espíritu de la misma: «Ruegue a Dios para que yo sea realmente el hermano de todos».
José Antonio Mellado es Salesiano Cooperador y estudiante de Teología
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