Desde siempre, Reyes Rodríguez (Castalla, Alicante, 1948) ha sentido una profunda admiración por la naturaleza: una flor, un árbol o un atardecer… “Esto me inclinó a cultivar muy temprano la pintura de paisaje y posteriormente a cursar estudios en la Facultad de Bellas Artes, a una edad ya madura y coincidiendo con mi trabajo docente”, afirma.
“Veo la pintura de paisaje como un sensible reflejo de la belleza de la Creación, cuya contemplación nos proporciona paz y nos acerca al bien y, en definitiva, a Dios. Es el camino señalado en la Via pulchritudinis”, expresa este feligrés de la Parroquia San Juan Pablo II, de Montequinto, casado y con dos hijos.
En el transcurso de los años ha descubierto la posibilidad de dar un paso más al convertir las pequeñas obras en arte solidario a través de Manos Unidas que, desde un principio, “acogió con ilusión y entusiasmo mi ofrecimiento mediante la realización de exposiciones benéficas”.
En este sentido, Reyes se siente privilegiado y agradecido “al poder ayudar de esta forma a los que están en primera línea, dándolo todo por los más desfavorecidos”. Haciendo una revisión de su vida, “ya madura”, puede distinguir diferentes etapas. “En unas, las velas del barco iban totalmente desplegadas, ávidas de captar todos los vientos; en otras, como la actual, las velas van recogiéndose y centrándose en lo más esencial. Quiera Dios que pueda responder a lo que Él espera de mí”, añade.
De Rochelambert a Montequinto
Reyes ha residido por muchos años en la barriada de Rochelambert, cuya parroquia de referencia era San Luis y San Fernando, en la que participó en grupos de catequesis de adultos y confirmación. Esta experiencia le llevó a experimentar la necesidad de una Nueva Evangelización para tantos cristianos necesitados, “aún sin saberlo, del mensaje de Salvación”.
Desde hace dos años, tras el cambio de residencia, pertenece geográficamente a la Parroquia San Juan Pablo II y en ella participa en las pequeñas Comunidades de Vida Nueva promovidas por el Sistema Integral de Nueva Evangelización (SINE).
“Tanto la familia natural como estas pequeñas comunidades son verdaderas escuelas de aprendizaje para la vida cristiana. Nos empujan a olvidarnos de nosotros mismos y dirigir la mirada a los otros para conocerlos mejor, aceptarlos y servirlos. No siempre es fácil esta tarea. Para ello es muy necesaria la oración, que nos ayuda a superar dificultades y a construir lazos de fraternidad. Esto exige, además de tiempo, mucha paciencia en todos sus miembros”, expresa.
Silencio y pequeñez
La vivencia de su fe “se sustenta y alimenta diariamente con la oración, la lectura de la Palabra y la Eucaristía dominical (algunos días entre semana)”. Manifiesta que su visión del mundo sería pobre y vacía sin la esperanza cristiana “que nos encamina a la plenitud junto a nuestro Padre Dios”.
“Para mí la Palabra es alimento diario, guía y consuelo, capaz de responder y arrojar luz en cada situación. Necesito comenzar la jornada con su aliento.
Pienso que nuestra formación bíblica es escasa y pobre para estos tiempos de superficialidad y creciente agnosticismo, por eso, cada vez me atrae más la espiritualidad de confianza y abandono de la que nos habla Teresa de Lisieux y la sencillez franciscana de la Sabiduría de un Pobre de Éloi Leclerc, porque, si lo escuchamos, Dios nos puede hablar en la pequeñez y el silencio”.