Es sorprendente ver la facilidad con la que se encumbra y se enaltece a una persona cuando ha atravesado el umbral de este mundo, aunque en vida se hayan echado por tierra y juzgado hasta la saciedad sus palabras y obras. Benedicto XVI no es una excepción. Si fue comparado con Juan Pablo II cuando fue elegido pontífice, y después nuevamente confrontado con el papa Francisco al momento de ser elevado éste a la cátedra de Pedro entre los aplausos de una gran mayoría que desde ese instante lo juzgó más apto que él para dirigir la Iglesia, en estos días asistimos y no estupefactos, ya que por desgracia es lo habitual, al supuesto enfrentamiento entre ambos pontífices al menos en cuestiones sobre las que se dice habrían tenido visiones dispares.
El papa emérito aún no descansaba en la sepultura cuando ya había medios que se ocupaban de elucubrar, y lo que es peor de levantar ampollas sobre delicados temas acerca de los cuales no se debería hablar. El desaparecido pontífice jamás hubiera aprobado que utilizando su nombre se intentase enjuiciar a cualquiera, y con mayor razón a quien en este momento sigue siendo el Vicario de Cristo en la tierra. Pero el morbo vende; la cicatería tiene hambre depredadora. La mezquindad ha echado por tierra el elemental respeto. Y donde debería haber silencio, oración, reflexión, acción de gracias, parecen querer imponerse emociones que no son de recibo y menos aún en personas de Iglesia, o que se reconocen afines a la misma.
¡Qué pena que no haya expectación por saber más de quien un día rigió la Iglesia y sí por ver qué puede decirse en contra del papa Francisco! ¡Qué triste que se insista tanto en destruir la Iglesia! La desunión es una ruina, el fin de un reino. Por fortuna, la Iglesia prevalecerá, como ha hecho siempre ya que ha sido fundada por Cristo. El actual pontífice sabe, como lo sabía Benedicto XVI, que el Espíritu Santo fue el artífice de la elección de ambos. Y en ese conocimiento de lo que es la cruz de Cristo, que en la alta misión que les confiaron llega a su zenit, vivieron en comunión plena. Decir ahora algo distinto cuando uno de los dos no puede replicar es un auténtico atropello, por decirlo suavemente. El papa actual que está demostrando tener el temple de los hijos de Dios, ya que no cesan de vapulearlo por tantísimas vías y responde con el evangelio en la mano, no va a alimentar ninguna de las tropelías que puedan circular. Cristo no replicó; guardó silencio. Es el mismo que durante años ha sido el santo y seña del querido papa emérito, y el que forma parte de la vida de nuestro amado pontífice actual.
En vida de Benedicto XVI a ambos Papas les bastaría mirarse a los ojos para saber en qué empresa les había puesto el Espíritu Santo. El peso tan incalculable para cualquiera únicamente lo conocían ellos, uno por haberlo soportado, y el otro porque lo lleva sobre sus hombros. Qué podían traslucir sus pupilas sino misericordia, piedad, petición de fortaleza, una incesante oración, la comprensión única que solo puede darse entre dos grandes hermanos. Por favor, guardemos la memoria de Benedicto XVI. Mancillarla, y además hacerlo sembrando dudas, alimentando la idea de que estuvo en contra del papa Francisco, es una doble falta de respeto y gravísima ofensa.
Isabel Orellana Vilches