No debe sorprendernos que un joven, que subió al cielo a la edad de 15 años, antes de que se cumplan veinte desde que se produjo su tránsito vaya a ser canonizado. Dios que todo lo ve y todo lo sabe quiso que esta fugaz existencia pasase por el mundo cual brillante lucero iluminando las sombras de una sociedad adormecida. Apareció repentinamente sacudiendo multitud de conciencias con ese amor apasionado a la Eucaristía que rubricó su corta vida, vida que empleó de forma silenciosa y eficaz, como han hecho tantos santos y santas de todos los tiempos, para dejarnos un bellísimo legado sobre los milagros eucarísticos. Estar unido a Jesús era su proyecto de vida. Y así, mientras otros jóvenes de este tiempo, que fue el suyo, se desgastan buscando vías para satisfacer sus ansias de felicidad, sin hallarla nunca, Carlo, que la llevaba tan dentro, la expresó dándose a los demás sin escatimar esfuerzos. Sabía, y así lo dijo, que «La felicidad es mirar hacia Dios; la tristeza es mirar hacia uno mismo». Y además de la página web creada por él con exhaustiva documentación sobre los signos extraordinarios que se han producido a lo largo de los tiempos a través del Sacramento de la Eucaristía, plasmó de forma inteligente y pedagógica el sentir de su religioso corazón. Internet fue un valiosísimo instrumento del que se sirvió para llevar a todo el mundo el amor de Dios.
Por su entrega, ya en vida alcanzó la fama, sin necesidad de promocionarse en las redes sociales, aunque era un influencer que perduraría en el tiempo más allá de su propia existencia en la tierra, porque así sucede con los santos. No eligen la notoriedad y, sin embargo, Dios se la concede. Es de este modo como hace acto de presencia al menos una cierta fama de santidad, que es necesaria para que se abra todo proceso de beatificación. Al final, será el milagro (la «firma de Dios», en palabras de Mons. Demetrio Fernández, obispo de Córdoba, que de Causas de los Santos sabe un rato ya que por algo es miembro de ese Dicasterio) el que determine el momento para que se desborde todo el caudal de riqueza que existe en el interior del que será encumbrado a los altares. Una vida que en muchos casos hasta entonces había quedado velada a los ojos de los demás. De hecho, existen integrantes de la vida santa que fueron conocidos por las gentes cuando llegaron a la gloria de Bernini.
El milagro permite rubricar en última instancia, y después de un complejo proceso rigurosísimo que sufre toda Causa en sus dos fases, diocesana y romana, la virtud heroica de un Siervo de Dios que debe ser probada al extremo. A Carlo Acutis esa primera «firma de Dios» le llegó prontamente haciendo posible su beatificación. Y meteórica ha sido igualmente la «segunda» con nuevo milagro de Dios a través de su mediación. Ello ha motivado al papa Francisco a autorizar la promulgación del decreto relativo al mismo, lo que se traduce en que ya únicamente queda pendiente fijar la fecha de canonización.
Modelo para jóvenes y para quienes no lo sean tanto, este «ciberapóstol de la Eucaristía» que fue su «autopista hacia el cielo», tuvo una clarividencia singular que se tradujo en reflexiones espirituales archiconocidas y que han quedado para la posteridad, además de convertirse en hoja de ruta para la vivencia personal de quienes desean entrañarlas. Recordemos algunas: «¿De qué sirve ganar mil batallas si no puedes vencer tus propias pasiones? La verdadera batalla tiene lugar dentro de nosotros mismos». «Lo único que tenemos que pedirle a Dios, en oración, es el deseo de ser santos». «Sólo los que hagan la voluntad de Dios serán verdaderamente libres». «Todos nacen como originales, pero muchos mueren como fotocopias». «No yo, sino Dios». «La santificación no es un proceso de suma, sino de resta. Menos yo para dejar espacio a Dios». «Nuestra meta debe ser lo infinito, no lo finito. Lo infinito es nuestra patria. El Cielo nos ha estado esperando desde siempre».
Sobran las palabras. Gracias a Dios, con su «firma» pronto tendremos a un nuevo santo en los altares. ¡Bendito sea!
Isabel Orellana Vilches