Ávila.
Hermana del Santo Ángel
Colaboradora de la Vicaría para la Vida Consagrada
Nació y fue bautizada en la Ávila de Santa Teresa –“tierra de santos y de cantos”-, en un guiño histórico que la vida se ha permitido con la hermana Carmen Murga. No en vano, esta religiosa de las Hermanas del Santo Ángel ha prestado un servicio impagable los últimos años a la vida consagrada, a través del organismo que la Archidiócesis tiene para atender las necesidades de este sector privilegiado de la Iglesia en Sevilla. El arzobispo le acaba de imponer la medalla Pro Ecclesia Hispalense.
La hospitalidad, su carácter afable y la sonrisa que le precede esbozan una personalidad que se ha ganado el corazón de todos los que han tenido la fortuna de cruzarse en la vida de la hermana Carmen Murga. Ella le quita importancia y lo explica diciendo que se limita a “cumplir con un deber como cristiana y, doblemente, como religiosa”. Alude para ello al fundador de su congregación, el padre Luis Antonio Ormièrese, “que quería que todas fuéramos y ejerciéramos como fieles hijas de la Iglesia”.
Siguiendo la huella de Santa Teresa, inquieta y andariega, su vida cuenta con estancias prolongadas en los lugares más dispares. Reconoce que el tiempo que pasó en Guinea Ecuatorial (“once años que nunca terminaré de agradecer a Dios”) le ha dejado una profunda huella. Allí aprendió a vivir “con cositas pequeñas, casi con lo imprescindible, y -subraya- los llevo en mi corazón”. A diferencia de la santa, no salió despavorida de Sevilla al poco de llegar. Aquí ha echado raíces, y ha encontrado en la curia diocesana un espacio de trabajo acorde con sus dones. De ello se benefician las comunidades de vida consagrada, un tesoro quizás no suficientemente conocido en la Archidiócesis hispalense.
Mantiene una estrecha relación con las 34 comunidades de vida contemplativa que hay en la diócesis, y se ha convertido en una colaboradora imprescindible para los tres delegados episcopales con los que ha trabajado: Antonio Alcayde, Carlos Coloma y José Ángel García. “Son un testimonio que hoy podemos ofrecer al mundo”, subraya al referirse a las religiosas de los conventos de clausura.
En la entrega de la condecoración diocesana, monseñor Saiz Meneses se refirió a ella como alguien “de casa”, que convierte en más humano el lugar de trabajo, que hace con todos y cuya forma de ser “aporta siempre en positivo”. Ella, entre tanto, sonreía y hacía honor a la sencillez que preside su carisma.
Define a la Iglesia como “la casa madre”, “donde todos nacemos”, el espacio que marca nuestras vidas. En justa correspondencia, entiende al prójimo como un hermano, y sus actos son reflejo responsable de la fe profesada. Un reflejo, eso sí, alegre.