Dios es amor, así que es imposible que quede indiferente frente al mal y se desentienda de aquello que nos ocurre especialmente si le quita plenitud a nuestra vida. Aunque muchos males son causados directamente o alimentados por la mala gestión de nuestras libertades, voluntades, y talentos, sin embargo, Dios tampoco castiga ni nos abandona a nuestra propia suerte, sino que nos proporciona la única solución capaz de ir a la raíz del problema.
La solución no está a nuestro alcance. No consiste en sentarte a reflexionar y dilucidar hacia dónde tiene que ir la vida o, haciéndolo, cuidar de no salirnos del camino trazado e intentar alcanzar los objetivos, religiosos o profanos, espirituales o mundanos, que antes nos hayamos marcado. La humanidad lleva haciendo eso mucho tiempo y apenas vamos tirando. Tampoco está en evadirnos de los problemas buscando compensaciones económicas, ideológicas o políticas, que aunque legítimas, nos distraen y nunca sacian plenamente. Así solo nos engañamos.
La solución está en abrirte a la verdadera solución a tus problemas y a los del mundo. Cristo resucitó, es decir, vive después de pasar por tu muerte y si consigues descubrirlo y abrirte a Él experimentarás la plenitud que tu vida está llamada a vivir libre de todo lo que la coarta. De Él emana el camino y el poder de Dios para recorrerlo, sacándote de tu laberinto; emana la única verdad capaz de delatar y desmontar tu mentira; y brota la vida que sacia tu sed de felicidad y te conecta con Dios eterno, permitiéndote ser plenamente humano.
Porque Cristo resucitó, los valores del Evangelio, el verdadero Reino, pueden entrar dentro de ti, llevándote más allá de ti mismo para alcanzar tu identidad más verdadera, que sólo Dios conoce. La Resurrección coloca a Jesús como “viviente”. Él se puede hacer presente en ti cuando lo llamas y opera contigo y en ti cuando aceptas perder para ganar; morir para vivir; dar para recibir… Por eso la solución de Dios es para tu vida concreta y, entrando por la puerta del corazón, moviliza en ti el poder del Amor de Dios, que catapulta tu vida de una forma exponencial a dimensiones que solo viviéndolas podrás comprender. Jesús respeta profundamente tu libertad y no quiere hacer nada si tu no le dejas. ¿Quieres probar?