Este cuarto Domingo de Adviento tiene dos personas como protagonistas elegidas por Dios para hacerlas presentes como madre y padre de su Hijo: María y José. Ambos nos dan ejemplo de su total entrega, sin reservas, a los planes que Dios tiene sobre ellos.
María, Virgen, sin haber conocido varón acepta el compromiso de la maternidad ante lo que se le plantea sin ninguna duda, dar a luz a Enmanuel, al Dios-con-nosotros.
Cualquier otro ser humano, ante un compromiso similar, pondría las pegas que en nuestra sociedad veríamos como normales: no estoy preparada, qué van a decir de mi los conocidos, y mi esposo ¿qué va a pensar?, y en aquella época, el peligro de un juicio y la muerte por apedreamiento.
Sin embargo, María admite con sencillez y credulidad lo que se le anuncia, poniendo su confianza total en Dios. No contrapone dudas, únicamente el asombro del, “¿cómo será eso, pues no conozco varón?” y, ante la explicación, se considera la Esclava del Señor poniéndose a su total disposición: “Hágase en mi según tu Palabra”. Esta situación, que padecieron María y José, debió ser un anticipo al sufrimiento de Jesús en su Pasión.
La Llamada
Nazareth, pueblo pequeño de Judea, todos conocidos dedicados a la agricultura y a oficios manuales. José, carpintero, desposado con María sin haber cohabitado. Ante el hecho de la concepción, la podía haber rechazado o denunciado comunicándolo a los vecinos y autoridades, algo que quizás se nos hubiera ocurrido a alguno de nosotros; sin embargo, al ser un hombre justo, que se ajusta a los planes de Dios, no quiere difamarla y calla. ¡Que grandeza de corazón, cuánta confianza en Dios y el amor que demostró a María!
Cuántas veces habremos puesto dudas, y aún pegas, a lo que en el transcurso de nuestra existencia hemos entendido que nos ha pedido Dios cuando nos ha llamado, (la llamada); posiblemente con el fin de llevar a cabo una entrega personal en beneficio de otra u otras personas, habiendo puesto nuestras justificaciones para eludir una responsabilidad que, muy posiblemente, hayamos tachado de locura y, por ello, de inaceptable.
”…También se acerca Dios a nosotros con su gracia para entrar en nuestra vida y para ofrecernos el don de su Hijo. ¿Qué podemos hacer nosotros: acogerlo, dejar que se acerque, o, por el contrario, rechazarlo, echarlo fuera? José nos enseña a dejarnos guiar por Dios con obediencia voluntaria”. (Papa Francisco. Homilía 18-12-2016)
La pequeñez
El Papa Francisco nos recordaba, en su homilía del reciente 3 de diciembre en la Casa Santa Marta, la necesidad de hacerse pequeños para poder ser santos: “La revelación de Dios se hace en la pequeñez. La pequeñez, ya sea humildad, ya sea…, en tantas cosas, pero en la pequeñez. Los grandes se presentan poderosos, pensemos en la tentación de Jesús en el desierto, cómo Satanás se presenta poderoso, como el dueño del mundo: ‘Yo te lo daré todo si tú…’. En cambio, las cosas de Dios comienzan germinando desde una semilla pequeña. Y Jesús habla de esta pequeñez en el Evangelio”.
Advirtió que “en una comunidad cristiana donde los fieles, los sacerdotes, los Obispos no asumen este camino de la pequeñez, le falta el futuro, quebrará. Lo hemos visto en los grandes proyectos de la historia: cristianos que trataban de imponerse con la fuerza, la grandeza, las conquistas. Sin embargo, el Reino de Dios germina en lo pequeño, siempre en lo pequeño, la
semilla pequeña, la semilla de vida. Pero la semilla por sí sola no puede. Hay otra cosa que la ayuda y que le da la fuerza”.
Solidaridad con solicitantes de asilo
El cardenal Konrad Krajewski, limosnero apostólico, se reunió el 3 de diciembre en la isla griega de Lesbos, frente a Turquía, con los 33 refugiados que fueron acogidos el día siguiente en Roma por la Santa Sede y la Comunidad de San Egidio, por deseo expreso del papa Francisco. Entre ellos hay 14 menores de edad y se cuentan una decena de fieles cristianos.
En su carta apostólica Admirabile Signum del Santo Padre Francisco sobre el significado y valor del Belén (1 diciembre de 2019) dice; “De modo particular, el pesebre es desde su origen franciscano una invitación a “sentir”, a “tocar” la pobreza que el Hijo de Dios eligió para sí mismo en su encarnación. Y así, es implícitamente una llamada a seguirlo en el camino de la humildad, de la pobreza, del despojo, que desde la gruta de Belén conduce hasta la Cruz. Es una llamada a encontrarlo y servirlo con misericordia en los hermanos y hermanas más necesitados (cf. Mt 25,31-46)”.
Los Santos de puerta de al lado
“…Nadie se salva solo, como individuo aislado, sino que Dios nos atrae tomando en cuenta la compleja trama de relaciones interpersonales que se establecen en la comunidad humana: Dios quiso entrar en una dinámica popular, en la dinámica de un pueblo.
Me gusta ver la santidad en el pueblo de Dios paciente: a los padres que crían con tanto amor a sus hijos, en esos hombres y mujeres que trabajan para llevar el pan a su casa, en los enfermos, en las religiosas ancianas que siguen sonriendo. En esta constancia para seguir adelante día a día, veo la santidad de la Iglesia militante. Esa es muchas veces la santidad «de la puerta de al lado», de aquellos que viven cerca de nosotros y son un reflejo de la presencia de Dios”. (Gaudete et exsultate, 6 y 7).