“Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo… su Padre lo vio y se conmovió; y echando a correr, se le echó al cuello y se puso a besarlo”. (Lc 15)
En este cuarto Domingo de Cuaresma, en las tres lecturas aparece la MISERICORDIA de Dios a nivel personal y colectivo:
En la 1ª de Josué, Dios va estableciendo a su pueblo en la tierra que les prometió. Como Padre, lo acepta como es y ya fuera de la tiranía de los egipcios, les permite celebrar la Pascua como si nada hubiera ocurrido. Desde ese momento comienzan a tomar los frutos de la tierra de Canaán prometidos por Dios, suspendiendo el maná que les facilitó en la necesidad. Dios no les echa en cara nada, perdonándoles cuando vagando por el desierto perdieron la fe y como demostración de su desconfianza hacia el Padre Dios, adoraron a un dios pagano.
En la 2ª, de Corintios, Dios nos reconcilia con Él, como Padre, a través de su Hijo, “sin pedirles cuenta de sus pecados”. No somos nosotros, Él nos busca y nos da la oportunidad de volver a Él, lo mismo que aparece en el Evangelio con el Hijo pródigo.
Es permanente el interés del Padre por sus hijos a pesar del distanciamiento de éstos, y en determinados momentos es un distanciamiento hasta con exigencias, como el hijo que le pide su herencia por anticipado.
Derrochamos nuestra vida con todo lo contrario a lo que Él quiere, exigiéndosele su protección, su herencia, sin darle u ofrecerle nada a cambio y en montones de ocasiones, sin reconocerlo en los acontecimientos que nos pone por delante, y sin tener en cuenta que han de llegar momentos en nuestra vida en los que volvamos nuestra vista hacia Él por intereses egoístas. En la mayoría de los casos porque las situaciones que atraviesa el ser humano no han ido tan bien como cada uno ha deseado.
Sin Dios, todo es miseria
Dios, habiéndonos amado primero, nos hace hermanos, nos hace apóstoles.
¿Cómo compartiríamos el pan, el techo y el corazón con el prójimo, que es nuestra propia carne, y cómo desbordaríamos sobre él el amor de nuestro Dios si dicho prójimo no lo conociera?
«Sin Dios todo es miseria; aquel que ama no consiente la miseria, y menos la mayor miseria; no conocer a Dios».
(Orar con Madeleine Debrêl)
Conviértanse a mí y encontrarán misericordia
Nadie debe desalentarse por los pecados su vida pasada para salir al encuentro del Dios rico en misericordia. En el amor divino nos aguarda un perdón sin fronteras. Sin embargo, cabe la pregunta del apóstol Pablo:
“¿Te aprovechas de Dios y su inmensa bondad, paciencia y comprensión ,y no reconoces que esa bondad te quiere llevar a una conversión?” (Rm 2, 4).
La misericordia divina nos invita a abrazar sin tardanzas los caminos del Señor.
Conviértanse a mí de todo corazón, y que su penitencia interior se manifieste por medio del ayuno, del llanto y de las lágrimas; así, ayunando ahora, serán luego saciados; llorando ahora, podrán luego reír; lamentándose ahora, serán luego consolados.
Cuando, pues, hayan rasgado de esta manera su corazón, vuelvan al Señor, su Dios, de quien se habían apartado por sus antiguos pecados, y no duden del perdón, pues, por grandes que sean sus culpas, la grandeza de su misericordia perdonará, sin duda, la enormidad de sus muchos pecados.
Pues el Señor es compasivo y misericordioso, lento a la cólera y rico en piedad; él no se complace en la muerte del malvado, sino en que el malvado cambie de conducta y viva; él no es impaciente como el hombre, sino que espera sin prisas nuestra conversión el Señor es compasivo y misericordioso, lento a la cólera y rico en piedad y que sabe retirar su malicia, a fin de que la grandeza de su clemencia no nos haga descuidados en el bien, añade el profeta:
Quizá se arrepienta y nos perdone y nos deje todavía su bendición. Por eso, dice, yo, por mi parte, exhorto a la penitencia y reconozco que Dios es infinitamente misericordioso, como dice el profeta David: «Misericordia, Dios mío, por tu bondad; por tu inmensa compasión borra mi culpa»
… Después de habernos dado su bendición y perdonado nuestro pecado, nosotros debemos ofrecer a Dios nuestros dones.
(San Jerónimo, presbítero)
Carta apostólica: Misericordia y miseria. Papa Francisco
«El carácter social de la misericordia obliga a no quedarse inmóviles y a desterrar la indiferencia y la hipocresía, de modo que los planes y proyectos no queden sólo en letra muerta. Que el Espíritu Santo nos ayude a estar siempre dispuestos a contribuir de manera concreta y desinteresada, para que la justicia y una vida digna no sean sólo palabras bonitas, sino que constituyan el compromiso concreto de todo el que quiere testimoniar la presencia del Reino de Dios.
Estamos llamados a hacer que crezca una cultura de la misericordia, basada en el re-descubrimiento del encuentro con los demás: una cultura en la que ninguno mire al otro con indiferencia ni aparte la mirada cuando vea el sufrimiento de los hermanos»
Delegación Diocesana de Pastoral Social, Justicia y Paz