¿Dónde verla?: Movistar+ y Filmin
La película que nos ocupa obtuvo un éxito rotundo en Francia en 2010. Es cierto que recrea un episodio real bien conocido por nuestros vecinos, pero sorprende que una cinta tan poco comercial como “De dioses y hombres”, de tono dramático, ritmo pausado y atmósfera contemplativa convocara a casi tres millones y medio de espectadores en los cines franceses. Atraídos quizá por el rebufo del otro lado de los Pirineos, en España la vieron más de 350.000 personas unos meses después. Algo tendrá el agua cuando la bendicen.
Los protagonistas reales del hecho histórico que se relata fueron los monjes pertenecientes a la comunidad cenobítica cisterciense de la abadía de Tibhirine, en la falda del monte Atlas, Argelia. Corre el año 1996 y el país argelino se encuentra en el ecuador de una guerra civil iniciada en 1991 y que se prolongaría hasta 2002. Los pacíficos monjes se encuentran alejados geográficamente del centro del conflicto, dedicados a la oración, a las prácticas propias de su Regla y al trabajo en una cooperativa agrícola para ayudar a los habitantes de la zona, en una convivencia amable que no entorpece la diferencia de religiones.
La abadía había sido lugar de refugio para heridos de los dos bandos, atendidos por Luc, uno de los monjes licenciado en Medicina. La chispa salta cuando un grupo islamista asesina a varios obreros croatas cristianos que trabajan a pocos kilómetros de allí. Los monjes son apremiados por las autoridades civiles para que abandonen el convento; ellos, tras una deliberación detenida y rezada, deciden permanecer. Lo que sigue hay que verlo y experimentarlo, porque “De dioses y hombres” no es solo un filme informativo de lo ocurrido, sino sobre todo de autoconocimiento: el de los propios monjes y el del espectador, que no puede sustraerse a la pregunta: ¿Qué habría hecho yo?
Si añadimos a lo escrito que se trata de una producción de alta calidad cinematográfica, con una dirección que controla magníficamente el tempo, donde la fotografía logra extraer belleza de lo prosaico y las interpretaciones parecen retazos de vida auténtica, la conclusión es que estamos ante una obra mayor. No sorprende que su director, Xavier Beauvois, obtuviera el Gran Premio del Jurado en Cannes 2010 y la película una veintena de galardones en festivales de prestigio.
No es un título para todos los paladares, desde luego, y la advertencia es necesaria porque la acción es sobre todo interior y exige del espectador una actitud casi meditativa. Al desenlace precede una maravillosa escena muda que rememora la Última Cena de Cristo: solo música, rostros que sonríen, manos que ofrecen y sirven, y unos corazones encendidos por un amor que traspasa la pantalla.
Juan Jesús de Cózar