Una vez más la gran Santa Teresa vuelve a ser una luz y guía para todas las cosas, sus intuiciones espirituales son siempre un lugar al que volver para encontrar el consejo del maestro. Ella quería que el confesor fuese preferentemente sabio y no santo, y esto sinceramente ha sido siempre un quebradero de cabeza. ¿No serían los confesores santos los más preparados para tratar las cosas del espíritu?
Cierto es que el problema nace de un prejuicio, cuando uno imagina a un sabio piensa en el bajito con gafas empollón de biblioteca, y olvida que la sabiduría está más allá de ese estereotipo. Lo cierto es que la santa intuía sabiamente que en este mundo para tratar el pecado mejor es tener confesores sabios que bien sabían cual era su papel, y que había que tener caridad con el penitente. Además, un sabio mira con perspectiva histórica las cosas del mundo, sabe porque lo ha estudiado que las cosas van y vienen, que hay cuestiones que hoy son claves que con el tiempo dejarán de serlo, y otras que ya te advierten que de no afrontarlas tradicionalmente acaban en mal lugar.
En este tiempo, como en todos, nos dividimos entre aquellos que viven una espiritualidad de hondura y otros que la viven superficialmente. Sí, hablamos de religiosidad popular, pero también de religiosidad menos popular y a veces soberbia de intelectualidad. Estamos hablando, por tanto, del enfrentamiento constante entre una espiritualidad de altas miras y otra sencilla en sus expectativas.
Una espiritualidad light es aquella que para algunos es meramente sentimentaloide, que toca el corazón y busca experiencias, pero que no consigue generar el conocimiento que sea capaz de darle hondura. Una espiritualidad pesada sería aquella aferrada a la tradición y a la formación adquiere un grado de conocimiento que le permite saber las respuestas a todas las cuestiones, aunque a veces esa respuesta es solo memorizada y no interiorizada.
Estamos ante una sociedad líquida, expresión de Z. Bauman, por la que el hombre fluye y no logra aferrarse a nada, que no se compromete con nada y se siente libre y al mismo tiempo vacío. Ante esta sociedad, podríamos promover una espiritualidad sólida, esa que logra establecer vínculos, y que como nos recuerda Christoph Theobald en su obra “El estilo de vida cristiano” ha de lograr que los cristianos sean “barqueros” que lleven al hombre de una orilla a la otra. De la orilla del mundo a la orilla de Dios.
Una solidez que parta del realismo necesario en el mundo, ese realismo que nos invita a mirar con perspectiva los acontecimientos, y que nos invita a estar por encima de sentimientos y de conocimientos vacíos. Creo que todas las espiritualidades son buenas si nos llevan a Dios, pero son peligrosas si no nos permiten ver que son solo el primer paso para llegar a un puerto más grande, el de la oración que nos una y que establezca relaciones enriquecedoras logrando así hacer creíble ese mandato de “mirad como se aman” (Hch 4, 32).