Un clásico es un clásico. Y los clásicos, clásicos son por una razón simple: siempre funcionan. Y el filme De ilusión también se vive (1947) es, sin duda, un clásico.
Da cierto respeto redactar una crítica de cine cuando se trata de largometrajes de tal relevancia. Debe ser el respeto que despierta lo sublime, lo que es más grande que tú. Aunque, pensándolo bien, es también una suerte. Echar la mirada atrás y comprobar que a los clásicos en blanco y negro les sobra el color (como sucede en este caso), es algo maravilloso. Y además es cierto. Es tanto lo que aporta un clásico que el color parece irrelevante. Grandes historias, actuaciones memorables, valores y ese no se qué que sientes en el estómago al ver una gran peli. Al menos a mí, al verla, me han entrado unas ganas enormes de recuperar grandes clásicos y disfrutarlos con palomitas y buena compañía. ¿Qué mejor plan puede haber? Pero además, este no es un clásico cualquiera: este es un clásico de Navidad. Casi nada.
De ilusión también se vive ridiculiza el dinero, la ‘objetividad’ y el pragmatismo. Pero no lo hace en mal tono, sino por superación: mostrando algo mucho mejor, algo que deslumbra y convierte en insignificante lo demás. Esto es, la fe en las personas. Pero no se trata solo de una cinta amable y bonita, porque hay hechos, reconocimientos importantes, que avalan su calidad: Óscar al mejor guion, Óscar a la mejor historia original y Óscar al mejor actor secundario para Edmund Gwenn. Edmund, que interpretó a un entrañable Santa Claus, lo hizo con tanta finura y equilibrio que su interpretación irradia paz. Y, lo que tiene más mérito, no solo no rebaja las interpretaciones de Maureen O’Hara, John Payne y Natalie Wood, sino que las engrandece. Juntos consiguen que creas la historia a pie juntillas.
La trama no es nueva, al menos a día de hoy. Un hombre asegura ser Santa Claus y nadie le cree. Sin embargo, la manera de narrarla y dirigirla de George Seaton, junto a las excelentes interpretaciones mencionadas, han convertido este título en lo que es. Y es, indudablemente, una de esas películas ideales para ver en Navidades, que nos recuerda que muchas veces es la fe y no la pura razón la clave para entender.
Guillermo De Lara