De una misión “no se vuelve de la misma manera”

Macarena del Rey (Sevilla, 2023) es estudiante de Derecho y catequista.

Ha vivido una experiencia misionera en Perú.


Comienza octubre y con él la Iglesia Universal hace una llamada especial a todos los bautizados a orar y colaborar con los misioneros. Miles de personas lo dejan todo (de forma permanente o temporal) para servir a los más necesitados en tierras de misión. Una de ellas es la joven Macarena del Rey, quien decidió aprovechar su verano, “que siempre había dedicado a mi ocio, al descanso y la fiesta”, para vivir una experiencia misionera en Perú, concretamente en el Hogar Óscar Romero de niños de la calle, en Trujillo.

Su inquietud venía de lejos: “Cuando estaba en la ESO, en los Sagrados Corazones SSCC (Padres Blancos), nos hablaban de algunos misioneros, concretamente del padre Damián de Molokai. Desde entonces, siempre he tenido muchas ganas de formar parte de algún proyecto similar”. Este deseo se concretó gracias a un sacerdote familiar de Macarena, Ignacio del Rey, que lleva varios años colaborando con este hogar.

Como preparación, señala la joven, “hemos tenido reuniones para poder organizar el viaje y compartir nuestras inquietudes y miedos. Dada su experiencia sobre el terreno, Ignacio era el que marcaba las pautas y nos explicaba cómo actuar en las distintas situaciones que nos íbamos a encontrar. Gracias a su experiencia íbamos mentalizadas en lo que nos íbamos a encontrar en cada momento y eso hizo que fuésemos más tranquilas y seguras”.

Otras realidades

Durante los 20 días que duró su misión, Macarena convivió con los niños del hogar: “Ayudábamos llevando a los niños a la escuela o al jardín, comíamos con ellos, fuimos a ver las actuaciones que hacían en la escuela, les ayudábamos en sus tareas, jugábamos en el patio, salíamos a dar un paseo por el barrio, íbamos con las niñas mayores a misa…”. Pero también realizan tareas de mantenimiento como pintar las instalaciones, ordenar el almacén y organizar las donaciones que iban llegando.

Por otro lado, “tuvimos la ocasión de participar en otras realidades de la Iglesia, como la celebración de la Eucaristía en el Centro Penitenciario de mujeres de Trujillo o el reparto de cajas de ropa y comida por barrios muy desfavorecidos. Otro día acudimos al colegio San Martín de Porres, cuyos alumnos sufren de situaciones familiares de violencia y abusos, a fin de dar nuestro testimonio de fe y acercarles a Dios. Además, visitamos al obispo de Trujillo y conversamos con él acerca del hogar y sus necesidades”, añade Macarena.

Otro de los episodios que destaca esta joven misionera es el acompañamiento de enfermos de barrios desfavorecidos: “Dada la situación de varios vecinos del barrio, que no podían moverse por estar encamados o sufrir movilidad reducida, acudimos junto Ignacio a dar el sacramento de la Unción de enfermos, lo que nos permitió entrar en algunas casas en condiciones muy precarias. Lo mejor que me llevo de estos días es que, a pesar de ser unos extraños para ellos, nos abrieron las puertas de sus casas y de sus vidas por completo, solo querían sentirse por unos minutos acompañados y escuchados”.

Finalmente, en su misión también conocieron la casa de acogida de mujeres víctimas de trata, de la mano de unas hermanas de una congregación peruana.

“La felicidad está en las pequeñas cosas”

Macarena se queda con muchos momentos de esta experiencia, si bien, recuerda especialmente “uno de los días más emocionantes en el Hogar, cuando celebramos el bautizo de algunos niños. Tuve la oportunidad de ser madrina de dos hermanos que se encuentran allí acogidos y, a pesar de lo humilde de la ceremonia, esos bautizos serán de los más especiales que asista en mi vida”. En esta línea, reconoce que el mayor aprendizaje que ha sacado de su misión en Perú es que “todas las personas que me he podido encontrar en este camino, me han enseñado más de lo que yo les he podido dar” y que debe cambiar su mirada, “apreciar la sencillez de las cosas del día a día, con un interior más auténtico, y cayendo en la cuenta que en las pequeñas cosas está la felicidad”.

Aunque asegura que de este tipo de experiencia “no se vuelve de la misma manera”, tampoco cree que irse de misión sea “apto para todos los públicos”. Como vocación, “hay que tener claro cuál es el objetivo de ir allí. Hay que preguntarse con sinceridad por qué quieres participar en una experiencia como esta. Ir de misión e ir de voluntariado son dos cosas muy diferentes. Si quieres que la fe sea el núcleo fundamental del viaje que vas a realizar hay que llevar un trabajo y una madurez previa”. En este sentido, piensa que, “si tienes predisposición, tienes la mente abierta para descubrir realidades distintas y quieres encontrar al Señor de manera más sencilla y natural, es una gran experiencia”. Si bien, advierte, “tú no vas a ‘salvar’ a nadie, ni eres superior a nadie por encontrarte en una posición más privilegiada. Yo invito a que cualquiera que tenga la oportunidad de vivir una experiencia así que lo haga, que vaya con la mente abierta y el corazón dispuesto a recibir un aprendizaje personal y espiritual muy valioso”.

Finalmente, agradece a Dios haber podido vivir esta experiencia y conocer de cerca el “ejemplo de entrega y amor incondicional” que le han transmitido en el Hogar Óscar Romero. Especialmente de las dos mujeres “que ponen su vida en este proyecto: María Fernanda y Pilar. Ambas son misioneras consagradas que hacen posible el funcionamiento del hogar desde hace más de 20 años. Son un ejemplo de humildad, caridad y fe, se dedican en cuerpo y alma a los niños del hogar, formando una familia y cubriendo todas sus necesidades”.

No solo Perú

Además de su experiencia este verano en Perú, Macarena sigue evangelizando y sirviendo en la Archidiócesis de Sevilla en distintos ambientes y apostolados.

Por un lado, participa en una comunidad juvenil en su parroquia, que se formó después de hacer la Confirmación: “Allí compartimos la fe y la vida desde el carisma de los Sagrados Corazones”.

También es catequista, una vocación que asegura “me llena mucho y me hace aprender también de los niños: por un lado, les enseño lo que a mí me transmitieron mis catequistas en su momento y yo ahora se lo devuelvo a ellos. También me da la oportunidad de que ellos me den a conocer cómo viven su fe en su entorno y en su familia”.

Finalmente, es hermana de Los Estudiantes y del Silencio. Al respecto, comenta, “todos los Martes Santos nos reunimos en familia (primos, tíos…) para prepararnos antes de realizar juntos la estación de penitencia”.

 

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